Basura de titanes

Con las intensas lluvias del frente frío número 8, volvimos a ser testigos de lo perjudicial que resulta tirar basura en las calles

Tirar basura en las calles es quizá uno de los actos más primitivos del siglo XXI. Aun cuando sabemos sus consecuencias, esta conducta antisocial no aminora, se agudiza, en gran medida porque el consumo excesivo de productos con poca vida útil acarrea un incremento desproporcionado de desechos urbanos.

Campañas de sensibilización van y vienen, pero sus mensajes no terminan por cuajar. Como en una férrea distopía, la degradación ambiental cobra fuerza, es imparable, genera entornos estéticamente desagradables y causa impactos dañinos en la salud de los seres vivos.

Al margen de los efectos nocivos en la salud pública, en la disminución del turismo y en la reducción de la biodiversidad, durante los últimos días, con las intensas lluvias del frente frío número 8, volvimos a ser testigos de lo perjudicial que resulta tirar basura en las calles: cuando llueve, los desperdicios suelen acumularse en las entradas del drenaje y aumenta el riesgo de que estos se obstruyan. Por lo tanto, la acumulación de agua inunda las calles y afecta las viviendas y los negocios. Tan solo entre la noche del 31 de octubre y el 1 de noviembre fueron retiradas casi 40 toneladas de basura de drenajes y cárcamos de Villahermosa.

Tras lo ocurrido, recordé aquel capítulo de "Los Simpsons" titulado "Basura de Titanes", donde Homero se postula para ser Comisionado de Limpia del Ayuntamiento, luego de una fuerte disputa con los empleados recolectores, quienes le observaron la desproporcionada cantidad de residuos sólidos (papel, plástico y cartón) que generó su familia, gracias a un festejo inventado por una corporación llamada "El Día del Amor" (cualquier parecido como lo que por estos lares ocurre en los festejos de fin de año es pura coincidencia).

Homero, enfurecido, va en busca del comisionado de limpia, Ray Patterson, para hacerle saber lo terrible que es para él administrar su basura desde casa. Ray le comenta que ha estado en el cargo por 16 años porque hace un buen trabajo y las calles están limpias.

Simpson contraataca con la insensata decisión de postularse para comisionado y gana las elecciones, después de una campaña de ataques, sin plan definido y con promesas fuera de lugar, como el hecho de que los empleados de limpia recogerán la basura desde el interior de las casas para evitar a las familias la molestia de colectarla, clasificarla y sacarla. De hecho, su lema es: "¿No podría hacerlo otro?". 

Los ciudadanos de Springfield se dedican a generar basura y Homero termina gastándose el presupuesto de un año en pocos meses. A la postre, la ciudad se convierte en un monumental basurero que arrastra enfermedades y plagas, por lo que todos se ven obligados a emigrar.

Aunque el episodio no lo plantea, me imagino que los emigrantes de Springfield de seguro volverán pocilga a cualquier otro lugar, porque los malos hábitos, cuando se arraigan, terminan por ser un lastre colectivo.

Siempre he pensado que la calle es una extensión de nuestra casa. Nuestro comportamiento público da cuenta del privado. Preguntémonos —entonces— en qué tipo de escenario deseamos la convivencia de nuestra familia.

Cuando somos muchos los que nos empeñamos en promover el cuidado responsable del entorno, no dejan de aparecer gestos que se esfuerzan por derrotar a la madurez ciudadana, como el caso de algunos comentarios posteados en imágenes de redes sociales que, en vez de fustigar la inconciencia de usar los espacios públicos de Villahermosa como basurero, condenaban la labor del personal de limpia que durante la noche del 31 de octubre, con la lluvia a cántaros, retiraba basura de las rejillas de drenaje exterior y de los cárcamos, "por no haberlo hecho antes". Es fácil poner bajo escrutinio a quienes realizan acciones que reparan y no a los actores que menoscaban (es una especie de falacia "ad nauseam", es decir, una discusión superflua para reforzar "leyendas urbanas" y escapar de los verdaderos razonamientos).

O como el enfado que me produjo conducir detrás de una unidad del transporte público de la que salían disparadas a la calle latas de cerveza, cual misiles cuyo blanco era destruir la conciencia social, precisamente el miércoles 1 de noviembre por la tarde, en una de las colonias más populosas de la ciudad.

Todo esto ocurre en una sociedad con normas laxas, donde el concepto de ciudadanía está distante de una actitud corresponsable en los asuntos públicos. Imagínese si hoy predominara entre nosotros al menos una milésima parte del código Hammurabi que regulaba el comportamiento de los habitantes del antiguo reino de Mesopotamia. Varias de las leyes condenaban hasta con la muerte a quienes, en ejercicio de una acción privada, provocaban un daño público. Innecesarios estos alcances ¿verdad? Mejor sigamos convocando a la conciencia ciudadana.