Amo la vida

AMO LA MUERTE PORQUE amo la vida. Viceversa

AMO LA MUERTE PORQUE amo la vida. Viceversa, igual. Un día menos pensado te llaman y te dicen  ha muerto mamá. O papá. O cualquier otra persona que amas y entonces se mira todo diferente. A partir de mañana la historia va  escribiéndose diferente.

LLEGA EL DÍA en que rendimos cuentas. Preguntan tu nombre y datos generales. Constatar que eres tú, no tu doble, y te hacen pasar al limbo. Vendrán luego las preguntas de rigor. ¿Amaste? ¿Hiciste el bien? ¿Diste o recibiste?

LLEGA EL DÍA DEL FINAL, anunciado o no. Todo lo imaginado cae por su peso. Se termina el tiempo individual. Lo pendiente, así queda. El café no tomado se queda pendiente. El orgullo impone bandera.

LA MUERTE LLEGA cualquier día. Domingo o martes. Día 7 o 13. Sea antes o después del partido de fútbol. Antes o después del canal del Congreso o de las  misas. Antes o después de la carne asada. Sin equívoco. Subraya al que se lleva y marca al que sigue mañana.

¿HAS TOMADO EL CAFÉ prometido? ¿Quedó pendiente? ¿Crees contar siempre con suficiente tiempo? Ahora te das cuenta que no. Se acabó la función. Ha caído el talón. La función está por comenzar.

HOJEO LIBROS. Guardo cuadernos. Escondo plumas. Escribo mi epitafio y sentencias. Guiño ojo.

LA TORRE HA CAÍDO. Se defenderán los peones solitarios aún en el sacrificio. La reina mira desde las alturas. Recuerda libro de versos.

AMAR LA VIDA es amar la muerte. Son dos caras de la misma moneda. Inseparables siamesas. Una depende de la otra. Una sin la otra no se explica. La esencia de una es la misma esencia  de la otra.

Y QUÉ HARÁS MAÑANA cuando nada. Cuando todo. Cuando el sueño se haya fundido en la realidad, como transfiguración en el espejo. Qué harás mañana cuando el sol se haya escondido y sea la negra noche muestra del destino de todos. Noche previa a la luz eterna.

ESTAMOS PARA NO ESTAR. La muerte empieza con la vida. La vida empieza con la muerte. No ayer, hoy ni mañana. Siempre y en todas partes. Para que haya una, se requiere la otra.

"¿QUIERES UN CAFÉ?" Sí no es mucha molestia. "No es mucha", decía y reíamos. Me servía de comer. O un atole. O un café. "Muchas gracias, que Dios se lo pague". "Ah, bueno. ¡No me lo vayas pagando tú!".

PARA ZENAYDA.