Cuatro jinetes de nuestro Apocalipsis nacional: corrupción, inseguridad, desempleo y pobreza

Cuatro jinetes de nuestro Apocalipsis nacional: corrupción, inseguridad, desempleo y pobreza

En la historia de la humanidad, los gobiernos han pasado por tres muy diferentes etapas: primero, la barbarie; luego el imperio; y finalmente la democracia moderna, y coincidiendo con Beatriz Webb, afirmamos que la democracia no es la simple multiplicación de opiniones ignorantes. Bernard Crick resume el uso de la frase “democracia moderna” de tres maneras distintas: Hay democracia como un principio o doctrina de gobierno; hay democracia como un conjunto de arreglos institucionales o mecanismos constitucionales; y hay democracia como un tipo de conducta.

Usaré el término “democracia moderna” en estos tres sentidos, pero especialmente como la conducta de un pueblo y sus representantes y gobernantes.

Autocalificada por nosotros mismos como la especie más inteligente, los humanos hemos tardado milenios en pasar de la primera etapa a la segunda, y los más avanzados hemos requerido siglos para transitar de la segunda etapa a la tercera. Como en la genética, siempre arrastramos las características previas, ya modificadas, pero no eliminamos los resabios por completo.

Cada etapa permite a las comunidades humanas, agrupadas en nuestro tiempo en países, a explotar sin piedad a aquellas agrupaciones todavía atoradas en una etapa previa, ya caduca.

Así, por ejemplo, Atenas pudo conformar un provechoso imperio de las poblaciones de bárbaros y de las ciudades griegas igualmente democráticas pero más débiles, democracias antiguas casi todas, aunque aspiraban algunas de ellas, tal vez muchas, también a ser imperios propios. Junto con una democracia limitada a sus pocos ciudadanos, excluyendo al 90% del resto cuando menos, la rapiña y el saqueo eran una parte integral e importante de su Producto Interno Bruto según Tucídides.

Poco a poco, la barbarie se fue cediendo terreno a una forma superior, más permanente y segura, de explotación brutal de la víctima por parte del poderoso, y tenemos a los grandes imperios asiáticos, sucedidos por el Romano.

En nuestro tiempo, hay gobiernos de los tres tipos.

El gobierno de Idi Amin (en Uganda 1971-1979) claramente pertenecía a la etapa de la barbarie. Lo condenamos porque sus prácticas, como el canibalismo, han sido superadas por gobiernos de las etapas posteriores. Además, nos recuerda de un pasado que quisiéramos olvidar.

De la misma manera, en gran parte del Mundo, especialmente en América Latina, prevalecen gobiernos con conductas básicamente imperiales, aunque por sus ejercicios electorales, les damos un pase democrático. De nuevo, aquellos países que han avanzado a la etapa democrática tienen todas las ventajas sobre aquellos atrapados en la etapa imperial.

Muchos han hecho esfuerzos grandes de diversas maneras para nivelarse y competir con los países democráticos como han sido los casos de Alemania, Japón y, en nuestros días, Corea del Sur y China, entre otros.

El sistema democrático no es total y siempre será imperfecto en la práctica. Anida resabios de su previa vida imperial, o aún bárbara. En los países modernos, las democracias podrían inclinarse en lo político fácilmente hacia la plutocracia, o incluso la cleptocracia, premiando la riqueza por encima de la voluntad popular.

Otras naciones tienen áreas no democráticas o hasta anti–democráticas en el sistema político, como es el caso de China, pero con unas reglas democráticas en una buena parte del resto de su vida nacional. Otras, como España, siguen el modelo con una parte importante atada al Sagrado Imperio Romano, o como México, con una filosofía imperial que asfixia todas sus instituciones públicas y domina en su vida nacional.

Como corresponde a la filosofía imperial, comúnmente llamado sistema presidencial en México, existe una noción bien difundida de unos supuestos límites estrechos del sistema democrático, limitado éste al sistema político como mucho, y si es posible cernido únicamente a una pequeña parte como el área electoral. No es nuestra definición de la democracia como modo de vivir. (Fragmento de “México y su modelo de desarrollo”)