El amarillismo novelado

muchos editores y periodistas se percataron de que solamente el amarillismo resultaba beneficioso.

El próximo 7 de junio se conmemora en México el Día de la Libertad de Expresión. Por lo general, la fecha se asocia con libertad de prensa, aunque se trata de un derecho humano consagrado en los artículos 6 y 7 de nuestra constitución federal, susceptible de ser ejercido por cualquier ciudadano. 

Cabe recordar que el origen de esta efeméride —el 7 de junio de 1951— fue producto de un acuerdo entre los editores de periódicos y el entonces presidente de la República, Miguel Alemán Valdés, lo que puso en tela de juicio la autenticidad de la independencia periodística. Hasta nuestros días llegan resabios de aquel pacto, sobre todo si miramos la desafortunada crisis de confianza que padecen muchos medios de comunicación que, como alguna vez dijera Manuel Buendía, “llevan al periodismo al despeñadero del descrédito, frente a un público que contrariamente a lo que suponen ciertos editores, se vuelve cada vez más crítico” (Ejercicio Periodístico, 1985, p. 63).

Al margen de la polémica de su origen, la conmemoración trajo a mi memoria la clásica obra titulada “El cuarto poder”, publicada por Emilio Rabasa en 1888, bajo el seudónimo de “Sancho Polo”. La novela marca una pauta para el análisis, la crítica y el estudio del periodismo mexicano.

Aun cuando el libro se enmarca en el siglo XIX, no cabe duda de que el periodismo de esa época es el arquetipo o el modelo del actual. Tiempo después de consumada la Independencia de México, muchos editores y periodistas se percataron de que solamente el amarillismo resultaba beneficioso. Desde entonces, el periodismo amarillista y sensacionalista ha estado presente por años.

Emilio Rabasa describe el carácter del periodista a través de sus personajes. Así, encontramos al periodista mal preparado, al ignorante, pero que se jacta de estar escribiendo ya sea en periódicos gobiernistas o de oposición recalcitrante, como si las convicciones personales y los ideales no existieran. Un día adula al gobierno o a cualquier político, y al día siguiente los ataca con desdén, solo porque el periódico ha cambiado de línea editorial o la paga se mueve en otra dirección.

Interesante y por demás aspiracional es el conjunto de conocimientos que, según el autor, debería tener un periodista: enumera disciplinas como Gramática, Geografía, Historia, Economía Política, Derecho Natural y Constitucional y hasta Retórica. No olvide que la historia contada en la obra se sitúa a finales del siglo XIX. Hoy, con el avance vertiginoso del conocimiento, seguramente la lista debe ser mucho más amplia.

La novela se llama “El cuarto poder” porque es el nombre de un periódico que aparece en la historia. Un medio de comunicación que se pone al servicio del mejor postor, como lo hacen hoy algunos autodenominados periodistas que restan seriedad a este noble oficio, ejercido con ética y profesionalismo por muchos hombres y mujeres. 

Por cierto, ¿sabe usted por qué se usa el término “amarillismo” para denotar al periodismo sensacionalista o poco serio? El término fue acuñado en Estados Unidos a finales del siglo XIX por el periódico New York Press, en un artículo titulado: “Los llamamos amarillos porque son amarillos”. Se refería en realidad al término “Yellow” que, además de significar literalmente “amarillo”, en el vocablo inglés también tiene la connotación de “cobardía”. En tal sentido, los que alteran la información, los que la manipulan, los que la inventan, los que engañan, pueden darse por bien servidos con ese adjetivo.

“El cuarto poder”, pese haber sido publicado hace 135 años, sigue siendo un libro ampliamente recomendado para reflexionar acerca de un quehacer que en nuestros días encara diferentes desafíos. 

Felicito y reconozco a quienes, con coraje, integridad y compromiso, enaltecen todos los días el ejercicio periodístico.