El irreverente

José Agustín falleció el pasado 16 de enero a los 79 años de edad


Entrelazó el lenguaje irónico con el agudo análisis de la realidad. Asumió como parte de su misión hacer una crónica histórica de México del periodo 1940-1994, con un cariz crítico, ameno y divertido. Fue, por decir lo menos, fervoroso amante de la literatura y la música, y además un rebelde natural: José Agustín falleció el pasado 16 de enero a los 79 años de edad.

Como escritor, además de impulsor de la contracultura, fue versátil: trabajó profusamente la novela, el ensayo, el cuento, la crónica, la dramaturgia y el guion cinematográfico. Tuvo en su haber una treintena de libros, quince guiones y tres volúmenes de la serie "Tragicomedia mexicana". Esta saga ofrece un amplísimo marco de la política, la economía y la vida cultural de nuestro país (José Agustín la llamó "un franco saqueo de numerosos textos", por la sustanciosa cantidad de autores que leyó, según consta en una publicación que hizo en La Jornada Semanal, el 25 de enero de 1998).

Accedí a su obra por la puerta de "La contracultura en México" (1996), altar a la resistencia y la diversidad de las manifestaciones socioculturales. De ahí, a punta de estudio, empecé a gozar sus libros, los primeros y los últimos. Muchos de ellos forman parte de mi amplio abanico de recomendaciones a estudiantes universitarios.

En "La tumba" (1964), su primera novela, escrita cuatro años antes de su publicación, cuando el acapulqueño contaba con 16 de edad (se dice que el texto fue pulido por Juan José Arreola), el protagonista Gabriel Guía muestra la realidad de muchos jóvenes de la época desde un pedestal artificial. La historia transita entre los vicios inmaduros y las grandes interrogantes sobre el sentido de la vida.

Las líneas de esta novela corta denotan los argumentos esgrimidos tiempo después por Margo Glantz para calificar a la generación literaria de José Agustín como "la onda" (concepto que, a decir del autor, los sitúa en el museo de los horrores), sobre todo por el uso de formas, expresiones y contenidos propios de la cultura juvenil que se hicieron patentes a partir de la segunda mitad del siglo pasado. Lo cierto es que fue un genuino traductor de los diálogos de la calle y en eso, en la recuperación de anglicismos, en los préstamos lingüísticos, se colocó en la línea de otros mexicanos como Jorge Ibargüengoitia y José Emilio Pacheco.

Por lo general, suelo tomar notas de algunas ideas que me parecen importantes en los libros que leo. En "La Tumba", José Agustín asentó: "Qué miedo tan idiota ante la muerte, es lo único digno de estudiarse en esta vida". En la medianía de la misma obra escribió el poema que reproduzco a continuación. A diferencia de lo expresado en él, estoy convencido de que la suya sí fue una vida fecunda y de que su potente voz literaria y la desfachatez de su escritura sacudieron los cimientos de la cultura mexicana:  

"No soy nada y soy eterno / eterna impotencia oscura. / Voz que se pierde en susurro / alma que almas enluta. / Ojos áridos sin luz, / ojos de obra inconclusa. / Sonrisa nunca advertida: / helada sombra de gruta. / Existencia sin razón, / vida sin olmos ni luna. / Lo hecho nada ha valido, / sólo temores y angustias. / El amor está deforme / en languidez de la bruma, / el canto ya es canto sordo, / sin matices y sin música. / ¿Para qué vivir así / si mis cantos no se escuchan? / ¿De qué me sirve llorar / si yo he tenido la culpa?".

Réquiem por el transgresor literario, el partidario de las colisiones, el enemigo de las colusiones, el "ondero" más insigne. Si después de su paso por esta vida nos preguntamos dónde hallar a José Agustín, la respuesta es, por supuesto, en sus libros, aunque él nos seguirá diciendo, como en las primeras líneas de su novela "De perfil" (1966): "Detrás de la gran piedra y del pasto, está el mundo en que habito".