El clima y las presas

No es nuevo el señalamiento de que hay que revisar el manejo de las presas para aliviar las inundaciones en Tabasco

No es nuevo el señalamiento de que hay que revisar el manejo de las presas para aliviar las inundaciones en Tabasco. No es tan claro, sin embargo, si lo incorrecto es la acumulación de reservas para la venta de energía por parte de la Comisión Federal de Electricidad, o si se debe a una política de priorización de generación por parte de privados, o si ambas cosas ocurren, como las dos caras de una misma moneda.

Lo que, en todo caso, no debe olvidarse, es el factor que representa el cambio climático. Hace poco más de una década, cuando Tabasco sufrió las calamidades devastadoras de inundaciones sucesivas, iniciando por la catastrófica emergencia de 2007, pareció muy claro que los efectos de un medio ambiente distorsionado tenían mucho que ver con el problema.

El impacto del huracán Katrina en Nueva Orléans y de Wilma en Cancún, apenas un par de años antes, brindaban un contexto en el que parecía de sentido común reconocer las pistas de un clima que mostraba signos de modificación respecto de mediciones que se extendían hasta medio siglo atrás. Las mismas características meteorológicas de la contingencia en Tabasco, con lluvias puntuales que acumularon 900 milímetros en tres días y con el choque de un frente frío con una onda tropical que retuvieron las malas condiciones climáticas por más tiempo del deseable sobre tierras tabasqueñas, parecían reforzar el argumento.

Era la misma época en que Al Gore había posicionado el tema en el plano internacional, y tanto estudiosos como tomadores de decisiones, en todo el mundo, no dudaban en considerar esa variable. El propio gobierno del estado no dejó de poner en la mesa la necesidad de mayor inversión, a la par de las muy necesitadas obras de protección, en estudios e investigaciones sobre el cambio climático, a efecto de diseñar y ajustar las políticas públicas necesarias para hacer frente al fenómeno en zonas que, como Tabasco, parecen irremediablemente vulnerables a la vuelta de unas cuantas décadas.

En ese contexto, quienes tenían, en ese entonces, la responsabilidad del manejo de las presas, señalaron lo extraordinario en el volumen de acumulación de agua, los riesgos que implicaba dicha acumulación con embalses llenos, según se encontraban en el momento y, por lo tanto, la justificación para acelerar su desfogue hasta a 2,000 metros cúbicos por segundo. Por supuesto, una vez que el clima había hecho su parte y una vez que quedó claro lo terriblemente catastrófico que resultaría el desborde de los embalses de las presas, a Tabasco no se le dejó más opción que resistir los cuantiosos daños que la prolongada inundación ocasionó.

La gran cuestión era por qué, precisamente, con todos los avances tecnológicos que tenemos, un evento meteorológico había sido capaz de tomar por sorpresa y con los embalses llenos a quienes estaban encargados del manejo de las presas. Cierto es que había razones económicas. Pero, también, (y, tal vez, no se discutió lo suficiente) se reconocieron razones relacionadas con una política, por decir lo menos, anticuada: la variable climática se consideraba en el manejo de presas con base en tendencias y promedios de precipitaciones calculados hasta por medio siglo atrás. Es claro que, cuando el clima cambia, a la velocidad que varios investigadores estiman, la pertinencia de esos promedios resulta completamente desfasada para una toma de decisiones realistas. Y si el cambio climático genera, persistentemente, alteraciones del estilo, resulta altamente costoso esperar varias décadas para que el cambio en los promedios y tendencias indiquen un cambio en el manejo de los embalses.

En estos tiempos en que la tendencia internacional es al cierre de fronteras y a dar marcha atrás a la cooperación en temas como el cambio climático, pocos son quienes se atreven a rescatar la importancia de tenerlo en cuenta. Podemos resolver el impacto de los temporales, las inundaciones y los huracanes de hoy, pero eventualmente, el tiempo nos obligará a tomar decisiones mucho más complejas que afectarán a cientos de miles de habitantes. El riesgo de no prevenir es que, cuando sea urgente tomarlas, no haya tiempo para evitar daños y pérdidas catastróficos.

Tampoco es nueva la promesa presidencial de tomar acciones para que el manejo de las presas no vuelva a inundar Tabasco. Ojalá se aproveche la oportunidad para que se tomen prevenciones efectivas y para que se implementen soluciones integrales que brinden un remanso de tranquilidad a Tabasco.