El priismo choco y la “voz de Dios”

El priismo choco y la “voz de Dios”

Los viejos diccionarios, que han envejecido mucho en los últimos tiempos, definían la palabra “familia” como gente que vive en una casa bajo la autoridad del señor de ella. Es algo así como lo que pasaba en el PRI Tabasqueño pero ahora, cuando no tienen el apoyo decidido del gobierno del estado, ¿Qué hacen con esa definición, cuando hay menos casas y menos autoridad? Según Simenón todas las familias esconden un cadáver en el armario (Andrés Granier y sus cómplices), pero algunas lo sacan a pasear, de vez en cuando, sobre todo en épocas electorales para sacarle partido al difunto, según quienes fueran los que precipitaran su óbito. Por eso, don Gregorio Marañón nos decía que las guerras civiles duran un siglo. Hacen falta tres generaciones para olvidar lo inolvidable y que en las sobremesas familiares no salga a relucir algún heroico combatiente que no pudo seguir combatiendo, a algún represaliado, que es un vocablo horrible que dura más que cualquier contienda. Ahora en las familias, como en el PRI choco, hablan preferentemente de los ingresos familiares. Durante la larguísima crisis que se les avecina algunos optimistas, -como Gustavo de la Torre, acompañado de los mismos de siempre-, aseguran que todo ha cambiado y que en el 2018 todo se arreglará y volverán a hacerse con el poder y con el presupuesto claro está. Algunos videntes aseguran que ya se ve el final del túnel, pero otros hipermétropes, más pesimistas, creen que esa luz es la de otro tren que viene en dirección contraria. No sabemos quien lleva razón, pero lo que sea sonará. Las personas más pobres, los militantes tricolores más desfavorecidos, están obligadas al heroísmo. Comparten lo que no tienen y dan de aquello que les falta. El pueblo sigue siendo, no sólo lo único que vale la pena, sino lo que produce moderadas alegrías. Pueden prescindir de los diputados locales padres de la patria que se están llenando los bolsillos y que están en deuda con los escasos compañeros de partido que mantienen el fuego sagrado del priismo, pero no pueden deshacerse de una esperanza que se antoja vana y mentirosa. La voz del pueblo es la voz de Dios, pero no la oye ni Dios, que no tiene audífonos y, aunque los teólogos afirman que es blando de corazón, sigue siendo duro de oído.