El rebrote en lo económico

Decir que la actual crisis económica mundial es, además de las muertes y contagios, el daño más claro y preocupante que ha provocado la pandemia es ya, prácticamente, un cliché

Decir que la actual crisis económica mundial es, además de las muertes y contagios, el daño más claro y preocupante que ha provocado la pandemia es ya, prácticamente, un cliché. Lo es, también, decir que cada crisis tiene sus propias características y va acompañada de sus propias lecciones. En esta ocasión, sin embargo, resulta por lo pronto interesante reflexionar sobre la dinámica de la que aún nos aqueja a nivel mundial.

Si bien los billones de dólares en pérdidas y los millones de desempleados en el año resultan de una decisión administrativa, de un cierre de actividades por decreto, su velocidad y magnitudes solo pueden entenderse por la forma en que dichas decisiones afectaron las expectativas de los actores económicos. Cierto es que las recomendaciones de distanciamiento social y reducción de actividades fueron hechas con especial énfasis, pero también es de notarse el grado de perpetuidad con el que fueron asumidas. La idea de una “nueva normalidad” permeó en el ideario colectivo desde la difusión de las primeras noticias de la aparición del nuevo virus. Se asumió, así, desde el primer momento, que amplios aspectos de nuestra vida habían cambiado para siempre y que nos esperaba un encierro de duración indefinida y casi permanente.

En ese contexto, desde los primeros días de inactividad, empresas y negocios modificaron planes y perspectivas, no solamente para el futuro inmediato, sino para el más largo plazo. Se asumió que el cambio en las conductas de los consumidores (por ejemplo, el favorecimiento del comercio electrónico frente a las compras en locales físicos), se convertirían en hábitos permanentes. Se consideró que la disrupción en cadenas de suministro resultaría en eslabones rotos que no se volverían a conectar. Se cancelaron planes, se redujeron inversiones y se frenaron los mercados de crédito. Y lo más grave de todo, se cerraron negocios y se despidió a muchísima gente.

La reacción de los gobiernos fue, en general, decidida y agresiva. Numerosos y diversos planes de apoyo y estímulo fueron puestos en marcha en distintos países. Fue notoria la acción de los bancos centrales, que no dudaron en tomar decisiones para proteger y mantener condiciones de liquidez en los mercados financieros.

En el marco de una cuarentena de duración definida y de un cierre de actividades meramente administrativo, esos apoyos y estímulos podrían considerarse suficientes para permitir el tránsito entre el período de recesión y el período de reactivación económica. Hoy, sin embargo, de la mano de los temores por los rebrotes del virus, aparece también el riesgo de un rebrote en lo económico.

Aun cuando varios sectores de la economía han retomado parcialmente sus actividades y los últimos meses han mostrado cifras de recuperación, de repente ha surgido el fantasma de una nueva etapa de estancamiento. El riesgo es que ahora pareciera que los estímulos y apoyos no fueran suficientes. No bastaría permitir la apertura de negocios cuando no hay, en los hechos, quien demande los productos y servicios que ofrecen. En una palabra, podríamos atestiguar, como profecía autorrealizada, que los hábitos de las personas sí se modifiquen, algunos, en forma más o menos permanente (piénsese, por ejemplo, en el trabajo en casa) o se arraiguen durante largos períodos de tiempo (como podría ocurrir con las formas de hacer turismo). Ello puede implicar que varios sectores económicos tendrán que modificarse y que muchos se encogerán o simplemente desaparecerán.

Históricamente, las economías han lidiado con disrupciones de este tipo mediante procesos de cambio social y avances institucionales y tecnológicos. Pero hay que recordar, también, que esos cambios requieren la adopción de nuevos conocimientos y habilidades y que, en ese camino, muchos quedan rezagados y la desigualdad suele avanzar. Si en otros tiempos este tipo de transformaciones tomaron décadas o años, hay que tomar en cuenta que hoy podrían medirse en meses. De esta forma, el efecto más largo de la crisis sería la marginación de quienes no tuvieran la oportunidad de adaptarse, si es que sucumbimos a la tentación de aceptar como permanentes lo que debieran ser características de un cambio solamente temporal.

Así, los gobiernos deberán tener claro que, para el siguiente tramo de la crisis, y para la reactivación económica, serán necesarios los apoyos y estímulos fiscales y monetarios, pero también, en forma muy importante, acciones que modifiquen las expectativas, tanto de empresas como de consumidores. A las primeras, habrá que convencerlas de que es nuevamente viable invertir y transformarse para el futuro. A los segundos, que las condiciones de pandemia y de cuarentena no serán eternas. Y a ambos que, después de ellas, mucho de la nueva normalidad no será tan “nueva” en realidad.