Los héroes deben llorar

“Cuerpos masculinos. Miradas multidisciplinarias a sus vulnerabilidades”

“Cuerpos masculinos. Miradas multidisciplinarias a sus vulnerabilidades” es el título del libro que el jueves de la semana pasada presenté en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, invitado por un grupo de investigadores de esa institución. La obra reúne los resultados de diversos estudios sobre los desafiantes contextos que afectan a los hombres, la mayoría de las veces invisibilizados, con una alta carga de etiquetas y prejuicios.

En el evento dije que, aun cuando las políticas de igualdad de género promueven mayores espacios y derechos para las mujeres -históricamente vulneradas-, también los hombres se ven afectados por roles y estereotipos que impiden relaciones más igualitarias con sus parejas. Es un tema con muchas aristas, muy controversial, por lo que celebro que haya publicaciones que lo aborden desde diferentes ópticas.

Dos pasajes literarios, de los muchos que abundan en las fuentes griegas, me sirvieron para ejemplificar la forma en que la fuerza, el orgullo, la violencia y la ambición desmedida parecieran ser desde antaño roles de género o construcciones socioculturales asociados a los hombres.

  

Heródoto narra la anécdota relacionada con el rey lidio Creso, quien vencido por el persa Ciro a mediados del siglo VI antes de nuestra era, le aconseja transformar las costumbres de su propio pueblo para disuadirle de resistir y rebelarse: 

“Transmite la prohibición de llevar armas de guerra, ordena que se vistan con túnicas bajo los abrigos y lleven coturnos, diles que enseñen a sus niños a tocar la cítara, a pellizcar los instrumentos de cuerda, a comerciar y pronto verás, ¡oh rey!, a los hombres convertidos en mujeres de manera que no temerás que se rebelen”. 

La crudeza del relato dejar ver papeles diferentes para uno y otro género: la resistencia a la dominación pertenece al género masculino, mientras que la sumisión al orden, el comercio y las artes conciernen al género femenino.

Homero, por su parte, nos habla en La Ilíada de un Aquiles temerario, intrépido, combativo, colérico y hambriento de gloria.

En un fragmento de esta famosa epopeya, Aquiles sufre enfurecido la ofensa de Agamenón, pues le arrebata parte de un botín en el que está incluida una mujer, Briseida. No obstante, Agamenón termina por pensarlo mejor y decide devolverla, junto a otras veinte de las mujeres más bellas de Troya y a una de sus hijas. Aquiles se niega a aceptar la oferta y demuestra que en realidad le importa más que hayan cuestionado su fuerza y poder.

Cuando su amigo Patroclo muere en batalla a manos de Héctor, su espinoso rival, toda la fuerza de Aquiles termina por transformarse en furia. Preso de este sentimiento, será capaz de hacer las paces con Agamenón para acabar con Héctor, quien una vez muerto es atado y arrastrado sin piedad por Troya.

Las cualidades de fuerza y valor de Aquiles acaban convirtiéndolo en alguien impulsivo, capaz de desafiar a dioses y hombres, un concepto de verdadera importancia en aquel tiempo. Pero lo que debemos analizar a la distancia es si hoy un hombre dotado de valentía, orgullo, violencia y ambición debe seguir siendo el prototipo de masculinidad que se requiere en un entorno social demandante de inclusión, respeto, valores, armonía y paz.

La narrativa literaria expone un fenómeno que las ciencias sociales ya estudian a profundidad mediante diversas investigaciones: por un lado, la construcción de masculinidades igualitarias, y por el otro, la búsqueda de una auténtica igualdad de género que brinde a mujeres y hombres la garantía de ejercer sus derechos con las mismas oportunidades, condiciones y formas de trato.

Momentos antes de concluir mis reflexiones en la presentación del libro referido en el primer párrafo, señalé la importancia de que agentes socializadores como la familia y la escuela, en medio de la cultura patriarcal que todavía se nos impone, no mutilen el desarrollo emocional de los niños, confinándolos a estereotipos de género, como por ejemplo: lavar, planchar, servir en la mesa y hasta llorar para el caso de mujeres, o cortar el césped, arreglar el auto y mostrarse siempre fuertes para el caso de hombres. Por ahí brota la discriminación.  

Como se puede ver, el género da lugar a los roles de la feminidad y la masculinidad, construcciones sociales en torno a los cuales se generan vagos clichés. Hay que seguir en la ruta de erradicar las prácticas culturales que internalizan los patrones que asocian lo masculino con agresividad, competitividad, dureza e insensibilidad (al grado de reprimir emociones); y lo femenino con ternura, empatía, debilidad y dependencia. No queremos ni preponderancia masculina ni sumisión femenina.