OPINIÓN

Historias de filtraciones
03/06/2022

El esclavo, de nombre Argilios, presintió que algo había de sospechoso y tomó la decisión

Una oleada de filtraciones de audios en la política mexicana ha copado las noticias durante las últimas semanas. Por lo general, estas prácticas revelan que, como dice la canción “fusil contra fusil”, de Silvio Rodríguez: “El silencio del monte va / Preparando un adiós / La palabra que se dirá / In memoriam será la explosión…Se quebró la cáscara del viento al sur / Y sobre la primera cruz / Despierta la verdad”.

Al margen de las discusiones éticas que trae consigo el tema, en una filtración la mudez cede paso al bullicio, al escándalo. Muchos son los casos que encontramos a lo largo de la historia. Por ejemplo, déjeme contarle que alrededor del año 470 a.C., en Esparta, una de las polis griegas más importantes, el general espartano Pausanias tomó a uno de sus esclavos para enviarle un mensaje al rey persa.

El esclavo, de nombre Argilios, presintió que algo había de sospechoso y tomó la decisión, éticamente cuestionable, de abrir la carta. Grande fue su sorpresa cuando leyó que el general Pausanias se ofrecía para apoyar a los persas si invadían Grecia (dicho sea de paso, enemigos mortales). Pero no solo eso, en la carta el general también sugería a los persas que mataran al "mensajero" para conservar el secreto.

Resulta que Argilios, agraviado por lo que leyó y por el carácter de su encargo, filtró la carta a las autoridades griegas, quienes acusaron al general de traición y lo encerraron en el templo de Atenea sin ningún tipo de alimentos como forma de castigo. Incluso la propia madre de Pausanias se unió a los ciudadanos para asegurarse de que no pudiera escapar.

Otro caso de la época antigua se registró en Roma, ciudad que siempre estuvo envuelta en complots e intrigas. Una de las filtraciones más famosas fue la pila de documentos que aparecieron frente a la casa de Cicerón, cónsul del Senado romano y un destacado filósofo y orador de su tiempo.

En el año 63 a.C., Cicerón estaba convencido de que un senador llamado Catilina planeaba un golpe de Estado, pero no podía demostrarlo, hasta que encontró en su puerta una colección de cartas de los aliados de Catilina con todos los detalles de la trama. Nunca se descubrió quién filtró esta evidencia crucial, pero tales cartas permitieron a Cicerón convencer a sus colegas de que la República romana se encontraba bajo amenaza.

Ambos casos muestran que desde épocas milenarias se utilizan las filtraciones como tácticas de una batalla política para evidenciar actos de corrupción y destruir a rivales, aunque también se abusa de ellas para denostar. Cada vez es más común que las cortinas las abran los propios políticos, ya no tanto los medios de comunicación.

Además, hoy se llega a públicos numerosos, gracias al avance vertiginoso de la tecnología. Un teléfono móvil, sofisticados y discretos equipos de grabación e Internet son recursos que facilitan esta práctica.

En términos periodísticos, las filtraciones dan lugar a nuevos desafíos. Hay funcionarios públicos que se resisten a reunirse con periodistas que tienen una errada concepción de la ética; también medios que muestran un acentuado desdén por el periodismo de investigación y en su lugar privilegian enfoques poco serios para satisfacer el hambre de rating.

Es cierto que filtraciones y rumores dan visibilidad a comportamientos deleznables que de otra manera permanecerían ocultos e irían en contra del derecho a conocer la verdad; pueden desvelar hasta lo peor de la naturaleza humana, pero de igual manera, cuando la información se manipula puede dañar la reputación e imagen de los involucrados.

Las filtraciones son, pues, un arma de doble filo. Bien dice el proverbio chino que entre las cosas que no vuelven atrás en la vida se encuentran la flecha lanzada y la palabra pronunciada. Por lo mismo, nunca está de más investigar con qué propósito la mano mueve el arco.




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