La hidra y la rosa

La nacionalización de la industria petrolera en México

La nacionalización de la industria petrolera en México, consumada el 18 de marzo de 1938 mediante un decreto expedido por el presidente Lázaro Cárdenas del Río, devolvió a los mexicanos el control legal de la explotación de un recurso que hasta entonces realizaban 17 compañías extranjeras. Precedieron a lo ocurrido en esta fecha diversos acontecimientos que iniciaron dos años antes, en 1936, con la promulgación de la Ley de Expropiación.

Cada año, la efeméride es propicia para discutir acerca del impacto económico que tiene el petróleo en el desarrollo nacional. Yo quiero aprovechar esta conmemoración como un afortunado pretexto para referirme a dos novelas que han abordado de manera central —y con tremenda verosimilitud— el tema de la explotación del petróleo y sus claroscuros: “La cabeza de la hidra” y “La Rosa Blanca”.

A finales de los setenta, Carlos Fuentes publicó “La cabeza de la hidra”, una novela recreada en los años boyantes de la explotación petrolera en nuestro país. Una trama política donde el espionaje se pasea orondo en defensa de los intereses nacionales, pues un reducido grupo de mexicanos son parte de una embrionaria organización de inteligencia secreta que tiene el objetivo de evitar que potencias foráneas —como Estados Unidos, Rusia, Israel y los países árabes— lleven a cabo la explotación de yacimientos petrolíferos.

El argumento de la obra de Fuentes gira en torno a Félix Maldonado, cuyo padre había trabajado para una corporación extranjera que comerciaba con el petróleo antes de la nacionalización encabezada por el General Cárdenas. Eran empresas con desmedidas ansias de riqueza que humillaban a los nativos y los hacían sentir inferiores. El protagonista usa como fuerza motriz la nacionalización del petróleo para apuntalar su sentido patriótico.

“La cabeza de la hidra” es, también, una vuelta al pasado de traiciones y conquistas que han acompañado a México. Ya no es la Malinche, ya no es la ambición por el oro lo que empuja a los conquistadores; ahora es Ruth, la mujer de Félix, una descendiente judía y espía israelita, la que traiciona los intereses de su país de nacimiento y los afanes patrióticos de su esposo, con el fin de servir a los “nuevos conquistadores” que van tras el oro negro mexicano.

Hay una parte de la historia que resulta categórica: “…la pasión vuelve a levantar su espantosa cabeza de hidra. Corta una y renacerán miles, ¿verdad? Llámala celos, insatisfacción, envidia, desprecio, miedo, asco, vanidad, terror… Nunca acertarás, porque detrás de cada nombre de la pasión hay una realidad oscura, política o personal, da igual, que nadie puede nombrar y que te impulsa a disfrazar de acción, lícita o ilícita, también da igual, lo que sólo es pasión, hambre, padecimiento, deseo…”.

Cinco décadas antes del libro de Carlos Fuentes, en 1929, el enigmático B. Traven publicó “La Rosa Blanca”, una obra que plantea con perspectiva crítica la inversión de las compañías transnacionales y la explotación del petróleo en México. El paralelismo entre ambas historias es indiscutible.

La novela de Traven —que tiene como epicentro las tierras de una vieja hacienda de nombre “Rosa Blanca”— desnuda la lucha impía de todas las compañías que se habían fijado como meta apropiarse de las tierras que mostraran la más leve posibilidad de producir hidrocarburos algún día, sin importar la suerte de los desheredados del campo, de los campesinos timados por los codiciosos intereses de unos cuantos, de los indígenas forzados a abandonar sus sembradíos de maíz y frijol con la promesa de emplearse en los campos petroleros y “ganar mucho dinero”.

El autor traza una crónica de usurpación, voracidad y contubernio que pone delante de nuestros ojos la triste realidad de un pueblo sometido a toda clase de injusticias. Casi un siglo después, “La Rosa Blanca” es un estruendoso grito que se sigue escuchando para alertarnos de los avasallamientos de los grandes capitales, un relato que nos concientiza sobre la importancia de defender nuestra historia y nuestras riquezas.

Ya sea realidad, ya sea ficción, el petróleo ha estado rodeado de ambiciones económicas y disputas que hasta hoy continúan normando las decisiones y comportamientos de muchos gobernantes, políticos y empresarios. Numerosos conflictos internacionales tienen lugar a causa de la sórdida lucha por los combustibles fósiles.

A México se le revelan como una fatídica sentencia los versos de Ramón López Velarde en su “Suave patria”: “El Niño Dios te escrituró un establo y los veneros del petróleo el diablo”.