La libertad secuestrada
10/06/2022
“Contén tu boca, no sea que por decir palabras excesivas sufras excesivo daño”. Eurípides
En el corto periodo democrático de la antigua Grecia se usó la palabra “Isegoría” para nombrar al derecho de cualquier exponente a ser escuchado; el valor del expositor estaba dado por la profundidad de su razonamiento, independientemente de la forma en que lo expresaba. Podría decirse que la palabra se refería a “libertad de expresión”.
Eurípides, uno de los tres grandes poetas trágicos griegos, en su obra “Suplicantes” puso en boca de Teseo la siguiente reflexión: “La libertad consiste en esta frase: ¿Quién quiere proponer al pueblo una decisión útil para la comunidad? El que quiere hacerlo se lleva la gloria, el que no, se calla. ¿Qué puede ser más democrático que esto para una comunidad?” (Gredos, 1985, p.43).
La idea anterior entraña una gran lección: ser libres para expresar nuestros pensamientos no significa anclarnos en este derecho con el fin de faltar a la verdad, ni escribir por escribir, ni hablar por hablar. La libertad de expresión -ya sea que se ejerza desde la política, el periodismo o la sociedad civil- no es un derecho absoluto; conlleva la responsabilidad de contribuir al bien común y, en el caso del oficio periodístico, de respetar al público y garantizar información objetiva, porque eso abona a la credibilidad y enriquece la conciencia de lectores, radioescuchas y televidentes.
Si la libertad cae en boca o en manos de hábiles demagogos puede devenir en parloteo trivial, mentira interesada o arrebato intimidatorio.
Los atenienses señalaban que en todas las épocas la libertad de expresión ha sido mancillada por sus enemigos naturales, como la ignorancia, el deseo de conquista y el amor al lujo, el afán de poder de los ricos y la desesperada necesidad de comida de los pobres. Volteemos la mirada hacia la práctica informativa y de opinión que hoy ejercen muchas personas en diferentes medios de difusión y plataformas digitales, y nos daremos cuenta de que la calidad de su trabajo sucumbe ante algunos de estos intereses.
En el peor de los escenarios están quienes se autodenominan periodistas y no hacen más que engrosar las hordas tuiteras. Su falta de profesionalización los conduce a historias de abusos y conspiraciones denigrantes. Se aprovechan de las redes sociales para convertirlas en un vertedero al servicio de manipulaciones, mentiras, desahogos y disparates. Se amparan en la supuesta prerrogativa de decir o escribir sin cortapisas, pero olvidan que la libertad de expresión apunta a las ideas y busca la crítica; en cambio, el insulto busca la ofensa y apunta a las personas.
Ellos son los que fomentan públicamente el discurso del odio. Por lo mismo, van en contra de lo que decía Ryszard Kapuscinsky, uno de los mejores cronistas de la historia: "Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias" (Los cínicos no sirven para este oficio, 2000, p.38).
Hoy, como en la antigua concepción griega, el periodismo y la libertad de expresión son dos elementos que han estado muy vinculados al desarrollo de las sociedades democráticas. Esto ha sido así, con sus pros y sus contras, porque el periodismo lo hacen seres humanos con defectos e intereses propios.
Ante el desafío que suponen las redes sociales y las múltiples ventanas que se abren al libertinaje, al uso excesivo y mal entendido de la libertad, es importante recordar que el periodismo es función social, no cuarto poder. Nadie debe poner en tela de juicio su indiscutible valor para el desarrollo de la sociedad, por lo que es importante -a la luz de conmemoraciones como la del 7 de junio- repensar su papel, sobre todo cuando la calidad periodística se ve amenazada por la propagación del virus del entretenimiento, por menor objetividad en los contenidos y por la batalla en busca de mayores ganancias.
De seguro, estas afrentas seguirán siendo repelidas por el desempeño ético y profesional de muchos periodistas en distintos medios. Gracias a ellos, aun con todas las vicisitudes, sigue ondeando en lo alto la bandera del periodismo ejemplar y digno.
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