La pobreza material, es también una cárcel mental

La pobreza material, es también una cárcel mental

La pobreza brota del desempleo, porque las carencias también se reflejan en la educación, en la falta de habilidades productivas, y en la infraestructura pública, que no alcanza a los pobres. Porque la infraestructura pública está siendo restringida por criterios personales del Modelo Imperial, no por los criterios nacionales del mejor impacto sobre nuestra Nación, sabiendo dónde podemos terminar con la pobreza e incorporar a los excluidos dentro de las actividades normales.

La pobreza es un elemento crítico que vacía al país de esperanza. Desgraciadamente, la tragedia de la pobreza no termina en el mundo material. A través de la escasez material en medio de una abundancia visible, la pobreza reduce o elimina un avance en el mundo de las ideas. Así, la pobreza encierra al pobre en una cárcel mental sin solución para su problemática.

Afortunadamente, hay los valientes quienes rompen sus cadenas y van por adelante sin las ataduras de la pobreza del pasado. Pero para muchos, la cárcel, apoyada por el Modelo Imperial, es más fuerte que sus esfuerzos, y siguen encarcelados en la pobreza ante la mirada desinteresada de nuestra Nación.

Tenemos una pobreza histórica en la que un pequeño porcentaje de pobres salen de esa condición, la culpa de eso no es de quienes no pudieron salir adelante. Precisamente para apoyar a sus pobres a salir de sus respectivas cárceles, muchos países tienen políticas públicas, como los sistemas de alimentación, salud y vivienda, que garantizan los servicios básicos, siempre disponibles a todos.

Para mantener productividad alta de la Nación se puede emplear a este grupo empobrecido y de esa manera permitirles ser productivos y aportar más a la Nación y desde luego a ellos mismos.

UN REZAGO COSTOSO

Hay creciente evidencia que la pobreza cuesta a la sociedad mucho más que lo que uno podría pensar. De hecho, sacar a un individuo sin techo y ponerlo en un departamento modesto y limpio es mucho más barato que tenerlo a la intemperie. Son sólo nuestros prejuicios que no nos permiten aceptar esa verdad.

 Aun en los Estados Unidos de América, el costo de inversión para terminar con el desamparo de su población sin vivienda es esencialmente igual al costo de seguir manteniendo esa población desamparada. En México, sería menos costoso.

Una manera de mantener la productividad alta de la Nación es seguir a Lewis (y a China y a los Asiáticos, como nuestros pueblos originales) y emplear a este grupo entre desempleo y pobreza, y de esa manera permitirles irse hacia adelante con su propia productividad ahora  respetada por un país democrático.

Pero la productividad nacional está castigada por el Modelo Imperial a favor de una productividad importada de otros países desarrollados, que nos mete en un déficit crónico de nuestro comercio que atiende a ese consumo, ya que el Mexicano produce como Mexicano, pero está impulsado a consumir como si fuera globalizado en lugar de adquirir lo local.

Se impone un consumo global sin querer globalizar nuestra mano de obra con la misma educación, transportes, gobierno honesto, etc., que tienen los trabajadores en los países desarrollados. Como nación, consideramos buena la estrategia de incentivar a la clase media y alta a consumir todo lo que quieren de lo global, y a la vez mantener a los pobres en condiciones infrahumanas.

El Modelo Imperial ha convencido al Mexicano que lo atractivo para él es consumir como un jerarca global, y tener una nación cuyos habitantes más pobres y débiles dan lástima. “Denme el consumo desenfrenado y hasta absurdo, y que otros se preocupen de los pobres”, dirían muchos de estos paisanos. Así no se puede tener una nación, mucho menos una que sea próspera.  (* México y su modelo de desarrollo, bases para pensar nuestras opciones. Centro de Estudios e Investigación del Sureste)