La utopía de volver la mirada al campo

ALGUIEN DIJO POR ALLÍ: "lo mejor de la ciudad son sus mercados". Y seguro que es una afirmación, aparte de rotunda y para la reflexión, certera.

ALGUIEN DIJO POR ALLÍ: "lo mejor de la ciudad son sus mercados". Y seguro que es una afirmación, aparte de rotunda y para la reflexión, certera. No se menosprecia la ciudad, con todo lo estresante y ruidosa que es, con su estrechez de calles, su aumentativa cantidad de motores y calentamiento con los aires acondicionados, con sus barrios marginales y su centro con altavoces ruidosos en cada tienda. Y menos con sus centros de estudios y sus bibliotecas, teatros populares y cine clubes. Solo que lo primero es lo primero, y en asunto de alimentos, es el campo el lugar vital. 

Y YO NO SOY DE RANCHO. Papá y mamá sí lo eran, sin tierra, medieros. Es decir que trabajaban la tierra del hacendado, y lo que cosechaban, era a medias. Así que mejor emigraron al norte en busca del sueño americano, por llamarlo de alguna manera. Y luego de que cruzaban el río Bravo y los regresaban, cruzaban y los volvían a regresar, finalmente se quedaron a radicar en Matamoros, Tamaulipas, lugar donde nací y viví hasta los 20 años.

ESTUDIÉ LA NORMAL PARA MAESTRO. Y los maestros desde el inicio nos dijeron que nuestro trabajo sería con las familias del campo. Y que quienes éramos de ciudad, teníamos qué conocer la forma de ser en lo cotidiano, con sus tradiciones, a los campesinos. Y de entrada nos recomendaron leer El llano en llamas, libro de cuentos de Juan Rulfo. Además que hicimos prácticas en escuelas de comunidades. Y en esos años de finales de los 70s en Tamaulipas había un programa de jóvenes labrando el futuro, que en vacaciones de verano trabajaban en las comunidades con los niños y niñas en deportes, arte, regularización, etc. Nos pagaban (que servía para compra de uniformes y libros), daban despensa y para los pasajes.

LA VIDA DEL CAMPO LA VIVÍ como maestro de escuela. Tanto los primeros cinco años como maestro de primaria, como otros veinte años en telesecundaria. La jornada laboral, más los días de asambleas, reuniones especiales, y festivales, en el medio rural, y lo demás en la ciudad. Los primeros años nos quedábamos a vivir en la comunidad. Salíamos a veces los fines de semana. Por las tardes salíamos a visitar las familias. Recuerdo bien el sabor del mucílago del cacao. Yo no conocía el cacao. Y menos el agua fresca de cacao.

SOLO QUE VARIAS TARDES salimos a caminar. Y nos asomábamos a los "madreados", y en un claro del cacaotal, un grupo de campesinos alrededor de una montañita  de frutos desconocidos para mí, con machete abrían las mazorcas y vertían en el centro su interior: los granos del cacao rodeados de una babosidad llamada mucílago. Nos metimos."Profes, pásenle a lo barrido". las risas. Y nos metimos a "ayudar". "¿ya probaron el sabor del cacao?" "No". "Pues pruébenlo". Y allí nos tienen saboreando el mucílago agridulce, deslealmente sabroso.

EL CAMPO ES DONDE SE PRODUCEN los alimentos que alimentan a los campesinos y a los citadinos. Si acaso en la ciudad se procesan, pero es en el campo donde se producen. Y más aún, en la ciudad pueden instalarse fábricas de todo tipo, digamos cemento, estufas, vehículos, varilla, vidrio, etcétera. Pero eso no se come. Lo que se come, y alimenta es lo que produce el campo. Más aún: la ciudad puede producir frituras chatarra, dulces para las caries, pero alimentos no. Ya hasta se sabe que en las fábricas se produce arroz de polímero.

CUANDO LA SEÑORA que nos preparaba la comida en la ranchería salía a la ciudad y no llegaba al mediodía, cuando salíamos de la escuela primaria, y teníamos hambre, lo que hacíamos era salir de la casa al patio trasero, y ver lo que podía calmar el hambre. Y en el huerto había naranjas, plátano (guineo) y coco con manzana (algodoncillo dulce en su interior), papaya. Así que por alimento no parábamos. Y algunas veces cortamos mazorcas de maíz y las pusimos a cocer, luego las disfrutamos con limón y sal, mientras llegaba Doña Carmela Suárez.

UNA VEZ ESTÁBAMOS EN EL CUARTO (digamos recámara), era un sábado. Dos hamacas y descansando. En otro cuarto, otros dos compañeros. De pronto entró una gallina de inoportuna. Y el compañero (aclaro, no yo) le lanzó un zapatazo para ahuyentarla y que saliera. Solo que sin querer le dio un golpe en la cabeza y la gallina empezó a saltar en el mismo lugar en su intento de correr y cayó. Se lo dijimos a Doña Carmela. Y ella, soltó la carcajada. Y dijo: "Ya estaba escrito que hoy comeríamos gallina en caldo". Y ni tardo ni perezosos, le ayudamos a poner a calentar el agua, a desplumarla, y a traer de la hortaliza la vitualla que se ocupa para acompañar dicha comida.

HACE DÍAS VI DOCUMENTALES sobre el campo. Sobre el afán de que salgan los hijos a estudiar una carrera y que vivan en la ciudad con comodidades. Y dejan el campo como "superación". Para reflexionar. Y quedan en el campo los que no pudieron, los que no quisieron. Y es para reflexionar sobre nuestro campo: campo sabio; campo productor; paradisiaco; con valores, tranquilidad, armonía, convivencia sana; exuberante; radiante; campo de oxígeno puro; campo saludable; y pongámosle todos los adjetivos que queramos. Solo que sin el campo la ciudad perece o parece apocalíptica. A lo mejor la relación campo-ciudad es necesaria por lo indisoluble. Solo que el campo debe atenderse y reconocerse su vital valía.

HACE ALGUNOS POCOS AÑOS visitaba comunidades. Y en las reuniones les decía del sueño que había que hacer realidad. En ese sueño, como visión de futuro, veíamos tierras con siembra de variedad de cultivos; mejores caminos y carreteras, mejores condiciones de las escuelas, patios con hortalizas y aves de corral para el autoconsumo. Y algunos me dicen que eso es utopía. Que el destino de los seres humanos es vivir en la ciudad. Y yo seguiré afirmando lo contrario. Tenemos que volver la vista hacia el campo y también hacia nuestros pueblos de la costa donde el modo de vivencia y sobrevivencia es la pesca.