No puedo imaginarme ser en otro

Y es aquí que se paraliza mi imaginación. Y no logro darle rostro a este que soy yo, ni puedo estructurar historias e imaginarme otro que sea yo. Sea payaso o marinero con amor en cada puerto.

SIEMPRE QUE MIRO a un hombre o mujer, me fijo en todo lo que se puede mirar en ellos. Y con esos datos tengo material para hacer historias de vida. No lo que ellos vivieron, a tanta no llega mi capacidad. Pero sí configuro personajes de una novela. Miro su rostro, si es abatido, confundido, o alegre, o finge estar alegre. Miro detenidamente sus ojos para adentrarme en su mirada e imaginar lo que han visto. Miro sus labios si son húmedos, si son secos. E imagino si han o no besado. Si recientemente, si en otros momentos de su vida.

MIRO SU ROPA. Y no precisamente en sus combinaciones, ni si el color lo tiene matizado o intenso. Sino si le queda justo, si delinea sus cuerpos, o si es holgado. Si su camisa tiene bolsas. Si la blusa es en cuello en v o en o. Si trae escote amplio o mínimo. Las características físicas me importan poco para mis observaciones. Aunque también me fijo, si no estaría incompleto el personaje para mi texto.

SI SU CABELLO ANDA CORTO o largo. Si usa tinte o no. Si ella trae extensiones. Si él usa sombrero o gorra tapasol. Pero más me importa su mirada, lánguida, de miedo o decidida. Si su respiración es suave o agitada. Si camina con propiedad o encorvada. Si mira más al cielo o al suelo. O si combina ambas. Si sonríe, si saluda al llegar a un lugar. O si saluda desde lejos, como una separación de ellas, ellos, con el resto. Luego viene su forma de hablar. Si hablan sin ton ni son. Si hablan poco pero mal. Si habla mucho y peor. O si son discretos al decir lo que son sus impresiones y creen que es verdad.

CON LO QUE MIRO IMAGINO sus familias, sus casas, sus vacaciones. A veces exagero e imagino su intimidad. En la sala cómo se comportan. Y en el baño la rutina de lo que hacen y la manera de hacerlo. En su habitación sean solos o en parejas. Seguro irradian lo que son. Pero en este caso es mi imaginación. Los imagino en un bar ruidoso, en un salón de belleza, o en un restaurant. Los imagino si visitan iglesias o panteones. Si son afectos a la música o prefieren el silencio. Si son provocadores de ruido, si transmiten paz.

LOS IMAGINO MANEJANDO SU AUTO o si son afectos a manejar bicicleta. Si llegan al cine y compran palomitas y refresco. Si platican comentando la película o son los que observan. Si son los que aprovechan la oscuridad para que sus manos dancen en la piel de quienes le acompañan. Si son discretos o si son sospechosamente ingenuos. Todo ello lo imagino. También si son capaces de matar. Si disimulan bien sus vicios. Si exteriorizan o callan. Si aman o son amados. Si son capaces de dar un céntimo en la calle. O si son indiferentes a lo que pasa.

SOLITARIOS O EN PAREJA, cada uno con su cada cual. Si son los que restregan los favores que hacen. Si son los que esperan honores por algo que hicieron bien. Si dan las gracias. Si dan propina. Si miran desde los hombros a los demás o los tratan como sus iguales. Todo ello lo imagino. Cada uno es cada cual. No sé sus nombres ni lo pregunto. Pero yo le asigno uno a cada uno, o dos. Y a veces coinciden cuando se los pregunto. Solo para corroborar si ando errado o cercano. Le asigno Dalia, por ejemplo, y me dicen que se llaman Flor. Aunque a veces asigno María Mercedes, y me aseguran que se llaman Mirelle o Brigitte, sí como la Mathieu o la Bardot.

A VECES ANDO MAL, y me da por imaginarlos en celdas o en habitaciones de sanatorios mentales. E imagino sus reacciones ante tal vicisitud. Genios los imagino acorralados por los buenos modales de quienes se portan peor. Y los escucho en mi imaginación diciendo poemas o cantando canciones de buena factura, sin rima y metáforas no comunes. Los miro con guitarra o con flauta dulce interpretando bellas melodías. Esos genios locos tienen mucho qué decir. Y son personas que me encuentro en el taxi o autobús. Ellos van muy seriecitos, mientras  hago mis historias con los datos que de ellos puedo ver.

Y A VECES, SOLO A VECES, me fijo en el espejo, y me imagino ser uno de ellos, el prójimo o prójima a quien miro con detenimiento. Y es aquí que se paraliza mi imaginación. Y no logro darle rostro a este que soy yo, ni puedo estructurar historias e imaginarme otro que sea yo. Sea payaso o marinero con amor en cada puerto. O esquelético fakir. O Casanova muy Don Juan. Tan pronto empiezo y me digo que ese no puede ser yo. En cambio con los otros me fluyen nuevas historias. Este soy yo, me digo a mí mismo, no puedo ser otro, por lo tanto al ser yo no me puedo imaginar viviendo en los cuerpos de otros. Hasta allí no llega mi imaginación.

LUEGO DEL ESFUERZO que hago de ser otro, aunque sea en mi imaginación, me conformo con ser yo mismo. Y preparo mi café y me pongo escribir sobre otros. Salgo a veces a los parques. O me meto a un cine. Y no puedo dejar de ser yo. Ni mirando en la película a un personaje que yo dijera semejante. Y a lo mejor allí sí, en la pantalla. Pero desde allí me miro sentado en la oscuridad, comiendo palomitas. Tratando de encontrarle sabor a la vida, y detener el tiempo para corregir lo mal vivido, como el odio o las traiciones. Como si fuera fácil así como poner stop en el cinematógrafo  moderno. Y al instante se quedara fija la imagen en la pantalla. Y que lo que soy yo y a mi alrededor asimismo quedara fijo, detenido en el tiempo. Y a esperar que alguien en las alturas o desde otra parte moviera el botón del movimiento, como si fuera experimento. Y todo se moviera de nuevo. Mientras tanto aquí estoy detenido. En una imagen física. A la que yo mismo asigno confort en la imaginación.