La violencia: hondo cáncer social

A lo largo de los últimos días, en Tabasco han trascendido noticias tétricas, pavorosas, espeluznantes

A lo largo de los últimos días, en Tabasco han trascendido noticias tétricas, pavorosas, espeluznantes: una madre asesina a golpes a su hijo de dos años de edad y un estudiante de preparatoria agrade a martillazos a su maestro por reprobarlo. El primero de los hechos muestra una desequilibrada conducta intrafamiliar que no solo desembocó en un daño físico a la indefensa víctima, sino en su muerte; y el segundo, una marcada conducta violenta provocada por alteraciones mentales que, probablemente, son consecuencia de actos agresivos en la familia. Ambos son un ejemplo del impacto negativo que tiene la violencia familiar en la cohesión social.

Es preocupante confirmar que somos parte de una cultura que perpetra violencia y tiende a normalizar sus manifestaciones. Una cultura en la que buena parte de sus miembros hace uso deliberado de la fuerza física, el insulto grotesco o el poder contra otra persona para causar lesiones, daños psicológicos o trastornos del desarrollo. 

Un vistazo a los medios de comunicación y las redes sociales puede dejarnos pasmados en los tremulantes tiempos actuales.

Muchas familias mexicanas nos quejamos de la oprobiosa violencia que acecha a la sociedad de manera creciente. Sin embargo, pocos nos detenemos a pensar que la mayoría de quienes cometen actos violentos son jóvenes que, además de truncar sus estudios, encontraron en casa un laboratorio ideal para replicar sus prácticas frenéticas y agresivas.

Qué contrariedad: la casa, que debiera ser el lugar más seguro, suele ser uno de los espacios de mayor riesgo para la integridad física y mental de sus miembros. Aunque nos cueste reconocerlo, hoy por hoy la familia es una de las instituciones sociales más violentas de México, y son los menores de edad y las mujeres los principales receptores de atropellos y violaciones.

No está mal quejarse de la inseguridad pública o de la falta de pericia de los cuerpos policiales; todas son demandas legítimas, pero necesitamos comprender que muchas veces lo que afuera acontece es un reflejo de lo que pasa en los hogares. Hay que actuar más en el plano de la prevención que en el de la reacción.

Por supuesto que lo ocurrido en la calle, en el parque, en la plaza, en la escuela o cualquier otro espacio común nos alarma mucho. La agresión en la familia incluso queda invisible a los ojos de la sociedad por tratarse de un núcleo privado. Pero repito: las ofensas que se viven en casa repercuten en la sociedad.

Cuando me dispuse a escribir el texto que tiene en sus manos, recordé un evento histórico que ejemplifica muy bien cómo la violencia en el seno familiar trastoca las emociones y el comportamiento de quienes la padecen. Me refiero al caso de Nerón Claudio César, emperador de Roma, cuyo reinado estuvo marcado por la tiranía y la extravagancia. Su padre fue un asesino; su madre se llenó de sangre las manos para que alcanzara el trono; Nerón le dio muerte y luego cometió un sinfín de ejecuciones sistemáticas. El emperador —que gobernó catorce años— terminó convirtiéndose en un ser despreciable, asesinó a familiares, persiguió con saña a enemigos políticos y llevó al imperio a una decadencia económica a causa de sus lujos y excentricidades.

Ante la pasmosa realidad que enfrentamos, nos quedamos con actitud aletargada, incapaces de levantarnos y hacer algo bueno. Se nos están cerrando los sentidos.

Por ello, cabe retomar el exhorto que nos hace el escritor argentino Ernesto Sabato en la primera página de su libro “La resistencia”, publicado en el año 2000: “Les pido que nos detengamos a pensar en la grandeza a la que todavía podemos aspirar si nos atrevemos a valorar la vida de otra manera. Les pido ese coraje que nos sitúa en la verdadera dimensión del hombre. Todos, una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es la convicción de que —únicamente— los valores del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que amenaza la condición humana”.

Pienso que algunos de los valores a los que alude Sabato son el respeto, la tolerancia y la solidaridad. Claro que puede haber otros, pero ahí está un punto de partida para sanar a la sociedad de la fata de amor que la ahoga.