Las nefastas consecuencias de la política mal entendida

Las nefastas consecuencias de la política mal entendida

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Las nefastas consecuencias de la política mal entendida

Su Santidad el papa Francisco, cercado por el alto clero, lamenta la desaparición de los diálogos de sobremesa. Ahora cada uno de los miembros de esa básica agrupación habla por su cuenta y con el riesgo de que le pasen la factura. Considerada la conversación como una de las bellas artes y por lo tanto dependiente de cómo sean los que tomen la palabra, hay que reconocer que tiene pocos cultivadores. Y en Tabasco, con esto de las elecciones más. Ya se conocen familias enteras peleadas porque cada quien defiende a su precandidato y como la lucha es feroz y no se tienen contemplaciones unos con otros el problema entre gente de la misma sangre está asegurado.  Y ni que decir de las numerosas amistades que se pierden en ese mar proceloso de las preferencias partidistas. Amigos que se conocen desde el colegio, que han jugado juntos al futbol o a las canicas prefieren perder el afecto antes que dar por perdido a su candidato. Cada uno está hablando con un invisible interlocutor plano, sin duda muy elocuente, ya que tarda mucho en finalizar sus confidencias. Estamos en la época de los oídos avisores y el resultado es que se han acabado las charlas entre los más cercanos. Todos están hablando con alguien de fuera. Se considera, o por lo menos se admite, que no constituye una falta de educación abandonar a la persona con la que hemos quedado para comer y que esta se levante de la mesa para dejarnos solos frente al segundo plato, que siempre es el que corre mayor peligro de enfriarse si no es una ensalada del tiempo, ya que las ensaladas del tiempo son intemporales. ¿Por qué se meterá el actual Pontífice, que a diferencia de muchos de sus antecesores en el cargo es soltero, en las cosas de familia, o de ‘famiglia’, que han derivado al grupo, al clan y a la mafia? Exageran los que dicen que celebraron o conmemoraron algo en la más estricta intimidad, porque la intimidad ha muerto en manos de Internet. Los que no estamos localizables no existimos. Hemos llegado tarde incluso para el adulterio, cosa que no le recomiendo a nadie, porque si “con el numero dos nace la pena”, con el número tres crecen los problemas que se multiplican en progresión geométrica. Créanme si les digo que compadezco a la gente de buena fe y de buena esperanza que se esfuerza por arreglar algo, aunque se denuncien mutuamente. Que se a lo que Dios quiera, que nunca será nada bueno, porque no nos lo merecemos.

Por Antonio López de la Iglesia