¿Y de ahí?

Una ciudad puede ser un recuerdo de la infancia o una aventura de juventud

Mejorar la ciudad, tomar en cuenta a las personas

Qué es una ciudad, además del lugar donde se vive, se trabaja, se pasea. Desde una perspectiva inspirada en la biología y la ecología, todo asentamiento (pero más una ciudad) puede verse como un organismo, un sistema vivo, complejo, en el que se satisfacen muchas necesidades y constantemente es necesario resolver nuevos (y viejos) problemas. Una ciudad puede ser un recuerdo de la infancia o una aventura de juventud. La esperanza en una vida mejor o un infierno agobiante del que se busca huir lejos apenas llegan vacaciones o, al menos, del que uno se pueda evadir dentro de cierta comodidad en el hogar.

Una ciudad puede ser una identidad, un orgullo, una cultura. Sin embargo, aquí nadie parece sentirse así respecto al hecho de vivir en la llamada Esmeralda del Sureste. El último gran momento de identificación y unión en la capital del estado fue quizá las inundaciones de 2007, con aquello de Yo amo a Tabasco más que nunca.

Gestionar una ciudad es harto difícil, vivir en una no debería serlo tanto. Hay aspectos técnicos que deben ser analizados y tomados en cuenta, variables que resultan en un alto grado de complejidad: la movilidad de las personas, la infraestructura, los excesos de sol y de lluvia, las zonas comerciales y de servicios, escuelas, oficinas, hospitales, las áreas de vivienda y recreación, la seguridad, los servicios. Es necesario considerar el impacto de las obras públicas. Las rutas, los horarios. Las personas.

Más que un espacio a menudo caótico o un organismo que inhala recursos y exhala desechos, una ciudad son las personas que en ella viven o transitan. Son quienes padecen el tránsito vehicular pesado a la hora en que más aprietan el hambre y el calor, los que sudan esperando en la parada a que pase otra combi menos llena. Los que soportan en silencio la negativa del taxista que no quiere llevarlos a su casa porque a esta hora el tránsito es una locura. Los estudiantes, los trabajadores, todos los que sobre la faz de esta ciudad salimos a enfrentar nuestra particular lucha cotidiana.

Sí, merecemos una ciudad más bonita, más amable. Un malecón que nos reconcilie con el caudaloso río Grijalva, que esas orillas donde nació la ciudad dejen de parecernos una amenaza. Merecemos más lugares de recreación y descanso, donde podamos reunirnos y recuperar el sentimiento de pertenencia a esta ciudad sin que nos implique comprar o hacer gastos forzosos. Recuperar a la ciudad para los ciudadanos.

Una ciudad también es el patrimonio, los espacios. Nuestra historia reciente es una auténtica tragicomedia mexicana al estilo de José Agustín. De los parques los pajaritos y los guacamayos nada más quedó el nombre, porque de los guacamayos ni la pintura. Tenemos la plaza de toros y el  Musevi como monumentos al abandono, y un obelisco que la ciudadanía reclama como monumento al chuzo. Es con ese tipo de humor como muchos se resignan a una ciudad que no sienten suya.

Si algo comparten esas historias y otras, como la del reloj floral y sus traslados, el malecón sin fecha de entrega, los distribuidores vehiculares y el viaducto de Usumacinta, es la falta de un elemento esencial en la ecuación del urbanismo. Está fallando la participación ciudadana.

Claro que queremos que Villahermosa salga adelante, y debe hacerlo, junto con todas las personas porque para que sea una mejor ciudad también es necesario que tenga mejores ciudadanos. Que aprendamos a tener más precaución y paciencia. A ceder el paso, a respetar. Así también es necesario que la ciudadanía participe de las decisiones que se toman sobre el espacio público, porque son las personas las que hacen la ciudad, a ellas pertenece su patrimonio, son la fuente primaria de toda cultura e historia. Ni hacerlas a un lado ni pasarles por encima. Hagamos ciudad entre todos.