Miedo, histeria e impacto en la pandemia

Miedo, histeria e impacto en la pandemia

Aunque es una idea originada por el psicoanálisis, es ya sentido común saber que lo que no se menciona es lo que se impone, lo que enmarca y le da sentido a las acciones. No podemos creerle a un individuo por lo que dice de sí mismo, advertía Marx iniciando el discurso que lo calificaría, junto con Nietzsche y Freud como uno de los teóricos de la sospecha. Generando una perspectiva epistémica “externa” que pone más atención a las dimensiones estructurantes y a las de las acciones.

Un reportaje de la Deutsche Welle señala que una característica de la actual pandemia es la generación como nunca de las ahora llamadas fake news, y la agudización de la violencia de las deliberaciones que se dan a través de las redes sociales. Pero no profundiza en cuáles son las condiciones que permiten que dichas falsedades puedan tener credibilidad y sean objeto de tanta difusión. Llama la atención que tales informaciones y reacciones que normalmente se supone ocurrirían entre población ignorante, no escolarizada y no integrada, en general, a la sociedad moderna (es decir, por sus características determinantes actuales: la sociedad mediática), en realidad está ocurriendo en un amplio sector de esta última. En nuestro país, hemos visto cómo intelectuales reconocidos y líderes mediáticos de opinión han tenido expresiones y reacciones exageradas que incumplen con el mandato tácito de un comunicador, un intelectual o un científico: sobreponer el interés y perspectiva colectiva sobre la perspectiva y experiencia individual. Expresiones como que el Estado tiene que asegurarnos la existencia física de un respirador a cada ciudadano no pueden explicarse de parte de alguien que tiene estudios universitarios y conocimientos mínimos de nivel licenciatura (es obvio que no todos los posibles contagiados lo estarán al mismo tiempo). Y, sin embargo, se las escuchamos a los más reconocidos participantes de los medios de comunicación. Pero de lo que no escuchamos a ninguno de estos personajes, es del miedo o la histeria, que son elementos comunes, naturales y fundamentales de este tipo de situaciones y que, como enseña la historia, se manifiestan de manera diferencial de acuerdo a la recepción y experiencia de los diferentes sectores sociales.  

El miedo: la asimetría inicial

Hay un elemento básico que le da una explicación racional y razonable al miedo: para comenzar, a diferencia de los animales y las plantas, los virus ni siquiera se pueden calificar como seres vivos y menos adjudicarles planeación, intencionalidad o sentido. Pero desde que la canciller Ángela Merkel utilizó una metáfora bélica para referirse a la pandemia, otros líderes políticos también han hecho uso de ella aunque es evidente que es imposible comprenderla, observarla y combatirla con la definición básica de “enemigo”.

Aquí lo que cuenta es que los virus sólo son visibles y comprensibles desde una visión sistémica de conjuntos masivos de millones de elementos invasivos que lo mismo parasitan unidades complejas autónomas -cuerpos individuales-, que en la suma y expansión terminan o destruyendo, colonizando o modificando una o varias especies animales como totalidad. La perspectiva de individuos o suma de individuos no sirve aquí. Ni siquiera para entender como detener la expansión del virus: que la seguridad individual sólo se logrará mediante la acción colectiva. Incluso siendo la reacción meramente biológica de la llamada “inmunidad de rebaño”. 

La peste siempre ha implicado, históricamente, una amenaza generalizada, abstracta y al mismo tiempo cercana de muerte. Produce, de manera razonable y natural, miedo. Pero el sentir, y particularmente sentir miedo, y sobre todo a la muerte, es ontológicamente individual: el miedo a la muerte es siempre el miedo a mi muerte personal e intransferible. Incluso incompartible. El sentimiento de miedo puede contagiarse fácilmente por medio de la comunicación y sobre todo masivamente. Es casi la principal característica de las masas según los estudios de los teóricos del siglo XIX; sin embargo, el miedo a la propia muerte -que es distinto al miedo a morir en abstracto- es el sentimiento más íntimo posible.  

Es un fenómeno a nivel de la conciencia propia e íntima de cada uno. Albert Camus es quien nos da luz en el tema, tanto en El Hombre Rebelde como en su novela  La Peste. Por eso la historia de las plagas se caracteriza -como lo señala Jean Delumeau en su historia del miedo en Occidente- por las más crudas reacciones de egoísmo que llegan a separar hasta los padres de sus hijos. 

En este punto la diferencia de lo que ocurre depende de las características específicas del individuo humano, de qué tipo de individuo se trata. Porque ni a lo largo de la historia ni entre las culturas y los grupos sociales son iguales las características de los individuos. Que además están muy íntimamente ligadas a los objetivos éticos, a lo que cada persona considera lo que debe de ser un individuo. Los individuos históricos concretos, además, como lo demuestra Norbert Elías (1987) son producto de procesos, y Beck (2006) describe el particular proceso que llama “de individuación” de los individuos modernos contemporáneos.

 Sheldon Watts en su libro Epidemias y Poder, demuestra la enorme diferencia de la recepción y gestión de las plagas en Oriente y Occidente, en función de las autoconcepciones de identidad colectiva o individual. Rita Segato, ha acertado al señalar que parte de la crisis que la Covid 19 está generando, se debe a la contemporánea concepción narcisista individualista, que entre otras cosas, además nos presupone -contra las propias ideas tradicionales populares latinoamericanas, por ejemplo- ser asépticos, intocables, autosuficientes y perfectos: hipersensibles e hiperreactivos a toda otra condición que es vista como un fracaso personal (totalmente acorde a la visión neoliberal de que cada individuo es responsable de su condición, sin ninguna responsabilidad por parte de los sistemas sociales en los que está involucrado).

Este individualismo narcisista frente a la asimetría fundamental de la naturaleza y forma de desarrollo del virus (dependiente de los organismos colonizados) se convierte en un gran bloqueo a la comprensión de la idea de que la seguridad individual sólo se logrará mediante una acción colectiva: que la autorreclusión, el comportarse como si todos estuvieran contagiados, es lo único que evitará que haya más vectores de diseminación y desarrollo. Ausente la idea de solidaridad como heteroconstitutiva de los individuos, esta situación es vista como un injusto sacrificio de la “libertad” personal individual de aquellos que están sanos o asintomáticos.