Modelos imperial y democrático: la experiencia norteamericana

Le comentaba, amable lector, cómo a través de la historia se pueden distinguir dos modelos de gobierno: el imperial y el democrático

Vimos cómo Roma desarrolló un esquema centralista y unipersonal, mismo que adoptó España trasladándolo a los territorios que colonizó, incluido México. También le mencioné que en Estados Unidos el concepto “Presidente” originalmente era para denominar a quien presidía una reunión anual de senadores y elegido por los propios representantes. Su función era temporal. Así puede leerse en “Common Sense” (“Sentido Común”), donde Thomas Paine hace el exhorto a los norteamericanos para independizarse de la monarquía del Reino Unido.

De esta forma George Washington, el primer “presidente”, Thomas Jefferson y John Adams, añoraban regresar a sus hogares para seguir con sus vidas en el campo. Eran inventores avanzados para su tiempo, y han dejado, en sus respectivas propiedades, la evidencia de ser las mentes más lúcidas de su época.

Eran gente culta y civilizada. Leían y estudiaban. Pensaban. No eran, pues, simples asaltantes del presupuesto público como varios de los gobernantes y ex gobernantes que conocemos. La única y enorme mancha que puedo percatar en los primeros dos era su visión de un mundo esclavizado para los negros y de pleno exterminio de los nativos americanos mediante el avance de los “hombres civilizados” (que querían decir “blancos” en nuestra terminología actual). Pero, entre los blancos, perseguían una democracia basada en la esclavitud y la propiedad de lo antes ajeno, los inicios de nuestra democracia moderna.

Adams, de Massachusetts, era todavía más liberal en sus actitudes referentes al resto de la población no propietaria, proviniendo de una región (la Nueva Inglaterra) de puritanismo, religión y política igualitaria a la vez. Era un demócrata nato: honesto, sencillo, esforzado, agricultor (no de plantaciones), estudioso, filósofo, y en general el tipo de líder que quisiéramos tener para México o en cualquier país. Aunque por razones que no quisiera abundar, Adams es visto con un menor grado de aprobación en los Estados Unidos que los dos propietarios de esclavos.

La democracia norteamericana fue abriéndose a nuevas capas de ciudadanos, hasta finalmente incluir a su minoría anteriormente esclavizada. Los restos de racismo persisten por no haber sido desterrados en ningún momento del cuerpo cultural norteamericano. Pero, dicho racismo no debe de confundirnos en la distribución pareja del poder en la democracia federal norteamericana. Discriminación y racismo tenemos nosotros también como cualquier otro pueblo deficiente e ignorante del mundo. Pero, las grandes ventajas de la democracia federal norteamericana no las hemos tenido.

CIUDADANOS LIBRES

El desliz posterior de la democracia norteamericana de “un hombre, un voto” hacia la presente plutocracia que empuja la idea de “un dólar, un voto”, de ninguna manera reduce el valor de la democracia para nuestro país, y al contrario resalta todo lo que no pudimos hacer por no seguir el camino de lograr una ciudadanía madura e independiente, por encima del poder público y no sujeto a él.

La realidad nacional estadunidense se basaba en una gran conquista (más compras a las potencias europeas) del continente americano desde el Océano Atlántico y hasta el Pacifico, territorios federales que ya no eran todavía estados, la administración de un país cada vez más desarrollado y complicado, más la colisión postergada varias veces entre dos modelos opuestos de vida: esclavitud en el Sur y el desarrollo industrial en el Norte. El resultado fue que el gobierno federal crecía a prisa. Pero con todo su crecimiento, las bases locales de la democracia norteamericana habían sido bien sembradas. Así, cuando el estudioso francés, Alexis de Tocqueville (ya referido), visitó a los Estados Unidos en la cuarta década del Siglo XIX, ya era ese país el practicante más avanzado de la democracia y del federalismo, mucho más que cualquier nación de Europa.

El hecho que el curso de la democracia y del federalismo en los Estados Unidos no siguió a una línea recta, sino que varió según las circunstancias y los pesos políticos de los diversos grupos no debe de afectar nuestra concepción del Modelo Democrático, y de su antecesor, ahora opuesto, el Modelo Imperial. Como Martin Luther King, Jr., podemos concluir que hemos estado en la cúspide de la montaña y hemos visto la Tierra Prometida con todas las bondades del Modelo Democrático. (El autor ha dedicado un amplio análisis a los modelos imperial y democrático, en especial con una propuesta de revisar las raíces de nuestro rezago. “México y su modelo de desarrollo. Bases para pensar nuestras opciones”. Centro de Estudios e Investigación del Sureste)