Hijo del presente y del pasado (I)

FUI CAZADOR CUANDO la época de las cavernas...


NACÍ EN ÉPOCA PASADA. Es verdad. Tú también, aunque no lo sepas, creas y menos lo imagines. No eres en tu nombre y ciudad de nacimiento. Eso es circunstancial. Tu padre es tu padre y tu madre lo es solo como coincidencia total. La vida es atemporal. Y más: el tiempo no transcurre,  es. Yo nací aquí. Pero también en época pasada. Somos seres del ser. Partículas del ser omnisciente, omnipotente.

FUI CAZADOR CUANDO la época de las cavernas, me acuerdo bien. Mientras otros cortaban frutos de los árboles y otros pescaban el gran pez, yo por mi fuerza, arrojo y valentía, me dedicaba a la caza. No solo yo. Sino un grupo de entre ocho y diez de mis semejantes. Los animales eran enormes. Y procurábamos hacerlos caer en pozos. Y luego les encajábamos lanzas para hacerlos sangrar. Sí, sangrar. Era asunto de alimentarnos consumo carne y con su piel protegernos, sin otra intención que saciar hambre. No teníamos otras  preocupaciones. Tampoco futuro, ni tiempo. Era parte de los hombres en la naturaleza. Quebraba piedras para hacerlas pico de lanza, hacha, cuchillos. Y por las noches miraba una piedra redonda brillante en lo alto. Y muchos brillos mucho más lejanos.

FUI GALEOTE EN BARCOS que cruzaban los océanos. Nos tocaba remar en relevos de cuatro horas por un breve tiempo de descanso. Reíamos y cantábamos al ritmo de ese movimiento. Si desfallecíamos nos daban latigazos para impulsarnos a seguir remando. Así transcurría la vida del cuerpo. Y el alma escapaba. A veces en la imaginación y en otras de manera literal. Y otro rumbo era nuestra ruta. Esclavo en los algodonales y en las minas. Carne de cañón en las guerras. Hombres de cañales. Dormíamos en grandes barracas sin ventanas. Fui  esclavo en la Atenas de gloria. Algodón en Alabama. Oro en las minas de Etiopía y Sudáfrica. Olivos en Arabia. 

FUI SIERVO EN EL FEUDO. A veces servía en la casa grande. Y las más era campesino libre en las tierras del patrón. Al cincuenta y cincuenta. Pero quien dividía la cosecha era él. ¿Así qué más decir? Se quedaba más de la mitad. "Eres libre", me decía ante mi gesto adusto ante el robo. "Te puedes ir". "Pero a dónde, patrón". Y cuando me rebelaba me encerraban en putrefactas mazmorras acusándome de robo, de mirar con ojos lascivos a las niñas del patrón o a la sierva de sus amores. "Libre", me dijeron. Y sí. Una vez me fui. En el camino, por las noches, bajo un árbol dormía.  Me despertaban ladridos de perros de caza. Y miraba a lo alto las titilantes estrellas. Y en mi creencia buscaba a un Dios que nunca se asomó.

FUI GUARDIA DE PALACIO. Miraba entrar con convicciones al nuevo gobernante. Sea donde fuere, lo mismo en China como en Sudáfrica. Lo mismo en Perú que en Alabama. El poder no tiene rostro, solo interés. La gallardía antes se volvía vanidad con el poder en usufructo. La honradez se manchaba a escondidas para el aplauso en público. Escuchaba sin poner atención del dolo, de las humillaciones, de las ambiciones sin límite. Y los asesinatos fueron en defensa de lo ruin. Fui guardia. Y me tocó matar por orden. Pido perdón. Y por las noches me ponía a cantar. Y miraba hacia lo alto.

FUI PESCADOR EN ALTA MAR. Tendíamos las redes. Y al recogerlas, veíamos el aluvión de peces que poníamos a cubierta. Y a aliñar, para guardarlos en hielo. Nos miraba el cielo en nuestro cruel matar. Porque no era por hambre. Sino para incrementar el capital del dueño de los barcos. Y cuando bajábamos a tierra. Apenas unos pesos para mal vivir que gastábamos en cantinas y casas del placer venturoso y desventurado. Y nos volvían a llamar. Esa ha sido y fue nuestra libertad. Bien recuerdo el arrullo majestuoso del oleaje de mar. Y miraba los cormoranes y gaviotas volar. ¿Es esa la verdadera libertad? Yo inventé el verbo rielar, de la luna en el mar. (Continuará)