Gobernar, escuchar y comunicar: del estilo personal, un desafío en el cambio y continuidad

Leo un análisis del fenómeno vivido en México: Imaginemos entonces lo que ocurrió en la percepción de millones de mexicanos cuando ese modelo político de indiferencia y desprecio hacia ellos se rompió.

EN MÉXICO, la indiferencia del político hacia el ciudadano fue hecho cultural relevante. De trazo histórico largo, esa «indiferencia del de arriba» fue muchas veces desprecio encarnado en estrategias elitistas, casi darwinianas: la política del más fuerte, porque sólo los más fuertes sobreviven en la danza del poder.

La tendencia viene de lejos. La autoridad no democrática no admite no admite réplicas: se rodea de silencio y no voltea a la calle. Para la comprensión contemporánea, una de las mejores muestras de la indiferencia gobernante hacia el ciudadano corrió a cargo de Carlos Salinas de Gortari: «ni los veo, ni los oigo», dijo casi al final de su mandato (1993), a propósito de reclamos partidistas y ciudadanos que no tenía tiempo de atender, «porque la República demanda ideas nuevas sin populismos». Escuchar, para Salinas de Gortari, era impensable. Así gobernó la clase política mexicana por décadas.

Leo un análisis del fenómeno vivido en México: Imaginemos entonces lo que ocurrió en la percepción de millones de mexicanos cuando ese modelo político de indiferencia y desprecio hacia ellos se rompió. Imaginemos en aquellas duras campañas las ciudades, pueblos, poblados y rancherías que de pronto recibían la visita de Andrés Manuel López Obrador y su pequeño contingente. Imaginemos el vuelco del paradigma político que silenciosamente se operaba, a partir de una cercanía incesante con la gente. Las palabras fluyeron de forma bidireccional: del líder a los ciudadanos y de los ciudadanos al líder. Escuchar es arte raro, en la vida y en la política.

Fue y es, lo hecho por AMLO, otra forma de ejercer la política y la comunicación.

INCOMPRENSIÓN A RAS DE SUELO

DURANTE el sexenio en curso, la escalada de críticas al presidente López Obrador tuvo un marco de incomprensión sistemática que vale la pena señalar. Luego de todo tipo de descalificaciones (dejemos de lado los insultos, esa otra cara de la ineptitud argumentativa), políticos opositores y líderes de opinión no se explicaban, ni se explican, la estabilidad de la imagen pública de AMLO. ¿Cómo era posible esta firmeza en las preferencias, su aprobación a prueba de escándalos mediáticos?

Precisamente, quizás lo que no se veía era que para gobernar hay que escuchar. Que, en el México de los de arriba, no existe el don del oído.

Desde el viejo paradigma de la clase gobernante, fue un hecho natural la indiferencia, el desprecio y maltrato a los ciudadanos. Así que cuando alguien cambió el estatus de la política desde arriba, para convertirla en política a ras de suelo, el experimento fue calando en la imaginación popular. Esto nunca lo vieron, ni lo entendieron, los opositores a López Obrador ya Presidente.

Recordemos que en las campañas antes del vuelco ciudadano del 2018, se habló mucho del «efecto teflón», «del genio comunicativo», «de un político que crea realidad con sus palabras», sin reparar en que todo partía de algo más sencillo: comunicar es escuchar. La petición de diálogo de AMLO a la ciudadanía, sus viajes y recorridos como prueba palpable de una intención distinta (no a la política de élites para las élites), generaron una simpatía genuina y una lealtad ciudadana que siempre encontró forma de expresión en la sociometría del momento (encuestas de aprobación).

ANTIEJEMPLO TABOADA  Y RETO SHEINBAUM

ERA EL TERCER debate entre candidatos a gobernar la CDMX. Entre la tanda de descalificaciones, el candidato del Frente PRI, PAN, PRD, Santiago Taboada, deslizó una propuesta impresentable para los millones de usuarios del Metro: tarifas diferenciadas a partir de la distancia recorrida. El momento se viralizó en negativo y Taboada tuvo que desdecirse en cuestión de horas.

Este ejemplo refleja la incapacidad de un político para escuchar a la gente. Si Taboada conociera de cerca las necesidades de los usuarios del Metro, jamás habría planteado esas tarifas diferenciadas que probablemente, aunque luego se desdijo, ya tuvo costos en su campaña. Con esa propuesta, Taboada ignoró a los usuarios del Metro. Luego, tuvo que escuchar, pero quizás ya fue tarde.

El reto democrático de Claudia Sheinbaum, luego de sortear con éxito los debates presidenciales, es saber escuchar (no olvidarse de ello) para gobernar y comunicar. El legado de AMLO es irrepetible, si se entiende aquí como irrepetible el formato y periodicidad de sus conferencias matutinas. Sheinbaum tendrá que encontrar formas más flexibles de comunicación con la ciudadanía, sabedora de que no es viable calcar sin más el modelo AMLO.

Mientras tanto, existe una ciudadanía que se sintió escuchada y representada por AMLO y la 4T. De la misma manera, Sheinbaum tendrá que escuchar para consolidar su propia identidad política. No es heredera: es luchadora social ante el reto de operar la mejoría de la 4T (segundo piso) en rubros estratégicos. Hay, sin duda, interpretaciones opuestas, pero quien se equivoque simplemente fracasará en la lucha por el poder.

(vmsamano@hotmail.com.mx)