Nuevo Aeropuerto: El Debate

Es difícil saber si la venta de tlayudas fue programada intencionalmente

Es difícil saber si la venta de tlayudas fue programada intencionalmente, si la señora logró “colarse” o si, simplemente, en buen plan se le permitió acceso a las nuevas instalaciones.  En todo caso, no importa porque la tan abrumadora como reprobable respuesta clasista y racista cayó como anillo al dedo: la posible venta futura de garnachas en el nuevo aeropuerto ha dominado el debate sobre una obra que reclama serios análisis, tanto por lo que representa para la actual administración, como por sus implicaciones para el futuro económico del país. 

Como era de esperarse, la entrega de la primera obra magna del presente gobierno ha conducido a una mayor profundización de la peligrosa polarización en la que cada día nos deslizamos más.  Se han sometido a debate las preferencias gastronómicas entre hamburguesas y tlayudas con claras intenciones de dividir entre lo foráneo y lo auténtico.  No hay vuelta de hoja: o se está de acuerdo con el nuevo aeropuerto y se es nacionalista y, por tanto, bueno o, de lo contrario, se pertenece al bando del conservadurismo entreguista, corrupto. 

Lamentablemente, la mayor parte de la población se dejó llevar por lo que a juicio de una estética clasista y racista es insoportable: la ruptura de los códigos de la diferencia. Las tlayudas al mercado; Starbucks, a las zonas de sofisticación.  Pero esta respuesta es la que requiere la polarización. Demostrar desprecio de clase permite manejar el discurso de que las divisiones actuales son de clase; quienes desprecian a la señora de las tlayudas son los mismos que desprecian al gobierno. El desprecio al aeropuerto, es desprecio de clase; quienes descalifican las nuevas instalaciones preferían un aeropuerto como los de Nueva York, París, Singapur.  Así, se refuerza el manejo de las emociones, de los estereotipos, de los prejuicios.  Así, resulta fácil evadir las discusiones de fondo. 

Aún no ha habido respuesta satisfactoria por el costo a las finanzas nacionales que ha representado la cancelación del aeropuerto de Texcoco y la construcción del Felpe Ángeles, costo que, por cierto, rebasó por mucho el presupuesto inicial.  En términos reales, el nuevo aeropuerto ha costado alrededor de 450 mil millones de pesos.  Tampoco se han expuesto los beneficios del aeropuerto.  Según un estudio realizado por la Asociación Internacional de Transporte Aéreo realizado en 2014, la construcción del aeropuerto de Texcoco habría permitido a México recibir en 2034 cerca de 138 millones de turistas, lo que habría significado la recaudación de 131 mil millones de dólares al tipo de cambio de ese año y el registro de casi un millón y medio de empleos en el sector de la aviación.  Esos incrementos habrían significado un crecimiento del 138 por ciento en ingresos y 51 por ciento en empleos respecto de las cifras de 2014. 

¿Qué efectos tendrá el nuevo aeropuerto en estos rubros? En 2014 ese mismo estudio indicaba que el índice de competitividad en transporte aéreo de México era de 3.53 cuando la media mundial era de 5 y la de América Latina 4.26.  Países como Panamá, Chile, República Dominicana, Ecuador, Perú, Argentina y Colombia calificaban mejor que México.  ¿Mejorará nuestro país este índice gracias al aeropuerto Felipe Ángeles? ¿Es posible que eso ocurra cuando las organizaciones internacionales de aviación han reiterado que por las condiciones geográficas del Valle será imposible que el actual aeropuerto y el nuevo funcionen a toda su capacidad simultáneamente? ¿Será eso posible aun cuando no se han obtenido las certificaciones que permitan a las líneas aéreas norteamericanas viajar a él? Tampoco se ha aclarado a partir de cuándo el aeropuerto empezará a ser rentable.  Con seis vuelos diarios y pocas probabilidades de que en el futuro cercano ese número crezca, dado que el acceso rápido y eficiente al aeropuerto es tarea pendiente aún, rendimientos próximos no son previsibles. Estos son asuntos técnicos, hechos, no temas ideológicos.  No tiene sentido reducir asuntos tan serios como éstos a debates clasistas y racistas sobre la presencia o no de anafres en los aeropuertos.

 La polarización no es sino socialmente perjudicial.  Tomar partido con pasión sólo conduce a denostar y despreciar al otro. No hay materia social ni proyecto alguno que sea puro, universalmente benéfico y panacea eterna.  Ni quienes promueven soluciones ni quienes las cuestionan tienen toda la razón.  Los hechos, sus verdades, las consecuencias de las decisiones siempre son variopintos.  La polarización nos mueve a encerrarnos en las emociones y, por tanto, a ser víctimas de la posverdad.  Es por eso que desde mucho tiempo atrás, pero especialmente en estos últimos años, cada día nos hundimos más en cajas de ecos que a fuerza de habernos producido sordera terminarán por inducirnos en la mudez.  Esto es muy peligroso.  Sólo hay una manera de evitarlo.  Manejar hechos, producir datos, crear argumentos y dejar atrás los prejuicios, los estereotipos, las emociones puras, sin reflexión.  Dialoguemos de frente. Olvidémonos de los memes.