Procusto: del mito a la verdad

Una mayor distancia entre las posiciones ideológicas u opiniones de las personas se denomina polarización y halla en la política un gran caldo de cultivo

Una mayor distancia entre las posiciones ideológicas u opiniones de las personas se denomina polarización y halla en la política un gran caldo de cultivo. Acentúa la confrontación en el debate público y produce efectos profundos en la sociedad. Los ciudadanos tienden a enemistarse en función de los temas polarizantes y asumen como razonables sus posturas, aunque no lo sean.

La razón se confunde con emociones o fuertes sentimientos políticos. Cuando el juicio flaquea, lo de menos es tratar de mutilar a los adversarios con los recursos necesarios para que una aparente verdad se imponga.

No es un comportamiento nuevo. En distintas épocas muchas personas han tenido la tendencia de exigir a otras que piensen cosas o ejecuten algo de acuerdo a sus propias creencias e ideas. Estas personas no aceptan ni toleran refutaciones a sus estrictas formas de pensar; cuando ocurre se molestan profundamente porque se consideran dueñas exclusivas de la verdad.

Sobran los “procustos” en estas batallas, cada cual queriendo constreñir a los demás a sus propias realidades. En tales condiciones, muchos medios de comunicación tradicionales y las redes sociales están allí, como filosas espadas, para amputar la razón y reproducir la polarización. 

La analogía con el relato mitológico griego de Procusto no tiene desperdicio. Era también llamado Demastes, el “avasallador o controlador”, quien se ha convertido en un sinónimo de uniformidad y su síndrome define la intolerancia a la diferencia.

Procusto era un mítico posadero de una ciudad de la antigua Grecia, hijo de Poseidón, el dios de los mares. Le apodaban Procusto, que significa “el estirador", por su peculiar sistema de “hacer amable” la estadía a los huéspedes de su posada. Imagínense: los obligaba a acostarse en una cama de hierro, y a quien no se ajustaba a ella, porque su estatura era mayor que el lecho, le cortaba los pies que sobresalían de la cama; y si el desdichado era de estatura más corta, entonces le estiraba las piernas hasta que se ajustaran exactamente al fatídico catre. Todo el que caía en sus manos era sometido a la mutilación o el descoyuntamiento. 

Procusto fue capturado por Teseo, quien lo acostó en su camastro de hierro y lo sometió a la misma tortura que tantas veces él había aplicado.

Es curioso que en la realidad de la política mexicana de nuestros días haya demasiados “procustos”. Personajes que levantan la voz en defensa de una causa (no importa cuál) y pretenden que los demás comulguen con ella, aunque no sea legítima. Buscan descoyuntar las conciencias libres para que se ajusten a sus moldes.  

Si usted no los ha visto, escuchado o padecido en carne propia, dese una vuelta por las redes sociales y hallará a más de uno. Ellos, los estiradores modernos, los que a fuerza pretenden que las ideas de los demás se alineen, también perciben la amenaza de Teseo, quien más tarde que nunca les hará ver su propia suerte.

Por estos lares, el síndrome de Procusto se ha convertido en un símbolo del conformismo y la uniformización. Quienes, como en mi caso, hemos caído presa de algún Procusto, nos queda la esperanza de ser hallados por algún Teseo, es decir, por alguien que les revele que su comportamiento puede ser el resultado de una vida frustrada, llena de envidias y disconformidad con su propia existencia. 

Ahora ya sabe usted que cuando alguien pretende obligar a otros para que se ajusten a su manera de pensar, en realidad aspira a que todos se acuesten en el “lecho de Procusto”, un abominable monumento a la arbitrariedad.

COLOFÓN

El México de los últimos años está profundamente dividido porque en muchos protagonistas de la política campea la sinrazón. Ella arrastra hacia la polarización a millones de personas poco proclives a investigar, analizar y cuestionar, tres grandes virtudes que, por cierto, provee la lectura. 

Ante la espada de la ignorancia que tantos “procustos” mantienen desenvainada, soy un firme convencido de que el periodismo responsable y serio, no el acostumbrado a realizar conjeturas al vapor, debería liberarnos; ser el auténtico Teseo de nuestros días.