Un taxista violador, negligencia y riesgo de impunidad

De vuelta a la normalidad, regresó hasta la violencia nuestra de cada día

De vuelta a la normalidad, regresó hasta la violencia nuestra de cada día. La semana pasada se difundió la historia que una joven dio a conocer en redes, en la que denunció una presunta violación por parte de un taxista en la ciudad de Villahermosa y cómo no pudo poner su denuncia en la Fiscalía General del Estado, donde se burlaron de ella.

La chica refirió los hechos: tomó un taxi en la noche y fue a la colonia Tamulté a buscar a una persona que ya no encontró. Para regresar tuvo que caminar hasta que otro taxi accedió a llevarla, con la condición de que le permitiera pasar por unas cosas y se subiera adelante. En el camino le empezó a tocar las piernas, a decirle que tenía tiempo sin relaciones sexuales. Ella le pidió que la bajara pero el taxista la llevó a un lugar donde pudo violarla. En la Fiscalía le dijeron “quién te manda a buscar macho”.

Solo tras el escándalo, la víctima pudo encontrar apertura en Fiscalía para presentar la denuncia. Del domingo de los hechos al miércoles en que la atendieron, se perdió valioso tiempo para la investigación. Los primeros momentos después de una agresión de este tipo son cruciales para hacerse de indicios con pruebas de ADN del responsable. En todo tipo de lesiones, entre más pronto se reciba la atención de un médico legista, mejor. La FGE señaló que la víctima puede presentar una queja contra quienes le negaron la atención en su primer intento de denunciar. ¿Si no la presenta, no se investiga?

Lo que la Secretaría de Movilidad informó que el número de la unidad que la víctima reportó, el taxi amarillo 5118, no existe entre los que están registrados legalmente. Es decir, o es un taxi “pirata” o ella no recuerda bien el número. Una razón más para combatir con firmeza a las unidades “piratas” y que demuestra que los esfuerzos han sido insuficientes.

La joven dijo que tardó en decidirse a publicar lo que le ocurrió por vergüenza, porque llegó a pensar que en alguna medida sí fue su culpa por andar a esas horas en esa zona de la ciudad. Es un sentimiento difícil de evitar en una cultura tan machista que responsabiliza a las mujeres de la violencia que sufren, la cual por desgracia sigue muy arraigada entre los mismos trabajadores de la Fiscalía y muchos otros operadores del sistema de procuración e impartición de justicia, a pesar de que su labor es proteger a las víctimas de violencia. 

Esto da como resultado el dañino paradigma de la víctima perfecta. Está estudiado que hay ciertas características que socialmente se demanda a las víctimas de un abuso sexual para que su testimonio sea “creíble”. Para empezar, tiene que ser mujer y blanca. Si la víctima no es mujer o su tono de piel es más oscuro, resulta más difícil tomarle en serio por puro prejuicio. De igual modo, se espera que haya opuesto férrea resistencia y peleado con el abusador hasta el fin de sus fuerzas, si estaba inconsciente o se paralizó por el miedo bajo amenaza, va perdiendo credibilidad. También se exige que no haya convivido con el abusador, es decir, si es su pareja, amigo o conocido, por ese simple hecho empieza a dudarse de su testimonio. También se exige que haya denunciado de inmediato. Que no se tome fotos desnuda o de tono sexual. 

En tanto, del abusador “perfecto” se espera que sea monstruoso. Un inadaptado sin familia o amigos, que no tenga relación con la víctima. A medida que es más blanco, socialmente aceptado, encantador, poderoso, o relacionado con la víctima, más difícil resulta creer que sea responsable. De nuevo, por puro prejuicio, pues está demostrado que la mayoría de los abusos sexuales en niños y adolescentes los comenten familiares de las víctimas. Personas con trabajos honorables y familias aparentemente felices.

Es difícil, si no imposible, ser la víctima “perfecta”. Si eres joven, morena, atractiva, si andabas en la calle o te divertías: lo buscabas, te lo merecías. Si te hicieron daño, no fue suficiente. Si no denunciaste o tardaste en hacerlo, seguramente es mentira. Si lloras mucho, estás fingiendo y si no lloras, también. Si después del abuso te atreves a disfrutar la vida es porque no fue cierto, se espera que sufras por siempre. Se reclama por qué te quedaste en esa relación, como si fuera culpa de las mujeres que sus parejas decidan violentarlas. Para cuando las matan, ya no importa. Es una más.

Hay que luchar contra este modo de pensar, porque esto justifica la conducta de los abusadores y los motiva a seguir ante la impunidad casi segura. Esto inhibe las denuncias de las mujeres. No debemos tolerar una violación más. Todas las víctimas merecen atención.