Agenda Ciudadana
29/08/2025
Golpes en el Senado ¿Hacia dónde vamos?
El bochornoso espectáculo que ofrecieron el miércoles pasado en el Senado Alejandro Moreno "Alito" y Gerardo Fernández Noroña no es simplemente un episodio que expone la gravedad de la polarización política que se ha exacerbado en los últimos años. Es, más bien, un hecho que exhibe la degradación de la clase política mexicana y las características que ha terminado por conferirle a la acción pública. Pero es, sobre todo, una muestra de lo que podríamos esperar en el futuro.
No hay defensa posible para ninguno de los dos. Alito ha señalado que reclamó a Fernández Noroña por haberle impedido presentar un último punto de análisis, a pesar de que su intervención estaba ya aprobada. Eso no justifica la agresión, eso no lo autoriza a recurrir a la violencia. Fernández Noroña es tan impresentable como lo es el priista campechano. Siempre prepotente, altanero y grosero, Fernández Noroña alcanzó niveles de soberbia insospechados una vez convertido en presidente del Senado. Fue exhibido, en repetidas ocasiones, impidiendo a los representantes opositores hacer uso de la palabra o interrumpiéndolos de manera altiva y sin mostrar el menor respeto. Desde las alturas de la silla presidencial senatorial, haciendo alarde de su posición y cinismo, dio a entender que la reforma electoral no incorporará ninguna propuesta que no provenga de la fuerza oficial por contravenir "su proyecto de nación". Resulta difícil así imaginar que una persona como Alejandro Moreno —que privilegia el uso de gritos y amenazas sobre argumentos— no rebasara con facilidad sus bajos límites de tolerancia y se sintiera con derecho a agredir. Luego del zafarrancho acusó de "cobarde" a Fernández Noroña, mostrándose en mangas —recogidas— de camisa para ofrecer, por contraposición, una imagen de "valiente". Fernández Noroña, por su parte, se victimizó y apuntó que se promoverá el desafuero del agresor. Difícil saber que espectáculo resultó más lamentable: si el de los insultos y golpes en el seno del Senado o el de las posteriores explicaciones y justificaciones de cada uno de ellos.
Alejandro Moreno es la expresión más acabada de la evolución del PRI. En tanto partido de Estado, el Revolucionario adquirió de manera natural el carácter de imán para todo los políticos que tuvieran interés en alcanzar posiciones dentro de las instituciones gubernamentales. Estructurado alrededor de la disciplina hacia quienes detentaran las posiciones más altas, el partido dio lugar a una cultura política de sometimiento. Con el tiempo, se constituyó en una escuela de simuladores —recordando a Rodolfo Usigli— y en una agencia de empleos, que no en un partido en el que las doctrinas y los proyectos sociales tuvieran prioridad, sino los logros grupales y los ascensos individuales. Ciertamente, los gobiernos priistas pueden destacar a un buen número de funcionarios que ocuparon posiciones importantes por sus méritos y por haber diseñado instituciones y políticas públicas que promovieron la movilidad y ciertos niveles de bienestar social. Pero, ante la falta de competencia, se convirtió en la casa de todo tipo de políticos y —nada sorprendente— en una institución promotora, ocultadora y defensora de la corrupción, para lo cual institucionalizó el simulacro como su práctica más importante. Ese ejercicio del poder tuvo efectos sociales importantes. La sociedad mexicana desarrolló una fuerte cultura política autoritaria y aprendió la discursividad del engaño. Tan es así, que no hubo partido de oposición que no reprodujera su modelo una vez instalado en el poder.
El hecho de que Alito sea hoy el presidente del PRI sólo se explica por la pérdida de relevancia del tricolor y por la incapacidad que tiene como institución para replantearse a través de un proceso de autocrítica y otro de diagnóstico del país. El único interés de Alito es seguir teniendo visibilidad —madrear a un odiado Fernández Noroña por supuesto que refuerza la que estaba perdiendo— para mantener posibilidades de sobrevivir en el sistema. Para su desgracia, es posible que él y los pocos priistas que aún mantienen su afiliación pronto habrán de desaparecer del escenario, a no ser que migren hacia otras latitudes, Morena las más redituable hoy en día.
Que Fernández Noroña haya alcanzado la presidencia del Senado nos hace ver que Morena es hoy lo que el PRI terminó siendo en sus últimos años. Un buen porcentaje de sus miembros militaron antes en el PRI y el PAN y al ver que el barco se hundía, abrazaron convenientemente la transformación ofrecida por López Obrador. Las prácticas de corrupción y los abusos de poder que han quedado a la luz en estos últimos años no pueden sino convencer que la transformación registrada en esos años no es otra que ésa a través de las cuales las pocas y débiles instituciones que la sociedad civil habría conseguido crear para detener los abusos han quedado eliminadas, desarticuladas o cooptadas.
Si Alito es la expresión de la vacuidad y el cinismo priista, Fernández Noroña es la manifestación de la soberbia y la prepotencia de una nueva fuerza partidaria que, ante el control de todo el aparato, no sólo no respeta las diferencias, sino que le resultan ofensivas y cuya desaparición desea porque de esa manera podría desarrollar el escenario político unívoco que anhela y que considera propio del fin de la historia. Por cierto, el lunes tomará posesión el nuevo Poder Judicial.
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