Un consejo: Acarícielas, abrácelas

¿a qué edad comprendió usted a Francisco, el de Asís, en su modo al dirigirse a plantas y animales: "hermano lobo", "hermana oveja", "hermano gusano", "hermano árbol"?

UNA PREGUNTA: ¿a qué edad comprendió usted a Francisco, el de Asís, en su modo al dirigirse a plantas y animales: "hermano lobo", "hermana oveja", "hermano gusano", "hermano árbol"?  Y al comprender su manera de expresarse, entonces usted vio distinto a la hierba que crece a la orilla de la banqueta, al árbol que da sus frutos, a la flor cuando perfuma, y cuando rebosa en belleza. Yo leí sobre esas expresiones desde niño y se me hacía ridículo. Ya me imaginaba yo diciéndole a mi perro "hermano perro". Mis hermanos mayores se enojarían. Y ya de joven, se me hacían exageradas, cuando menos.

EL DESTINO DE UN HOMBRE, es el mismo de todos. Claro, sí, con sus variantes, pero el mismo. Ese deambular de un lado a otro, entre sueños despierto y dormido, termina. Por eso se dice que cuando un hombre muere, muere parte de la civilización, porque con él se van sus experiencias, sus palabras, sus vivencias, sus recuerdos. ¿Por quién doblan las campanas? Doblan por mí y por ti. Por todos los que nos asomamos al cielo, a la tierra y al vacío. Quizá por eso comprendí, aunque tarde, al Santo de Asís, de que comparto destino natural con plantas y animales en el conjunto de "seres vivos".

PORQUE ADEMÁS hemos de irnos, de uno en uno, así como llegamos y van llegando de uno en uno. No se sabe cuándo será el fin último, ese al que llaman Apocalipsis. Pero así como empezó todo ayer, ha de terminar mañana. No hay póliza de seguro de que la vida sea por siempre. Y por supuesto no me refiero a mí o a ti, o a cualquier individuo, me refiero al destino de la humanidad como un todo, y al destino de la vida como un todo más general.

NADIE NOS ENGAÑÓ que estaríamos por siempre. Nadie nos dijo "por siempre jamás". Lo aprendimos desde la primaria: las características de los seres vivos es nacer, crecer, reproducirse y morir". Yo soy ser vivo, entonces, he de morir. Más temprano que tarde. Con el paso del tiempo se escribe el fin. Y a veces hay oportunidad de despedirnos. Y a veces es todo tan abrupto. Un final sin adiós. Pues ¡vaya! que ya se fue.

LE INVITO. Entre usted a un vivero. Hay varios en la ciudad y en la periferia. Es una sugerencia. Mirará formas distintas de belleza. Desde la bella lilia, la perfumada rosa protegida por el tallo con espinas, el largo bambú, la vistosa bugambilia, etcétera, además y por supuesto la sonrosada muchacha que atiende. ¿Va a llevar algo, señor? "Ando viendo, respondo”. "Pues mire bien", dice y ríe. Y miro extasiado una fiesta de colores. Y me quiero llevar muchas plantas. Solo que el bolsillo no anda en buenos términos conmigo, además del codo norteño. Y me limito a dos o tres.

"OIGA, SE ME SECAN", le digo por hacer plática. Ella ríe y responde juguetona, traviesa y sugerente: "pues hágale ojitos, guiñe, dígales palabras bonitas, acarícielas, abrácelas". ¿A poco sí? "Sí, pues". Dice retirándose y riendo para que yo siga viendo y admirando. Al lirio se le llama azucena, también. Venden tierra negra y piedras. Venden palmas de adorno. Y una cantidad de cactus muy diferentes. Yo quiero palma de cocos.  

FRANCISCO DE ASÍS sabía mucho de esto. Se cuenta que a donde quiera que iba admiraba los jardines, y donde vivía se rodeaba de muchas plantas. Y siempre se le escuchaba hablándoles con cariño (aparte de regarlas y darles luz de sol que requieren, claro), acariciándolas con palabras. Y aún más: lo mismo hacía con los animales. De tal manera que perros, gatos y cerdos lo saludaban a su manera por donde él pasaba. Y de ser posible lo seguían. Tan así que Rubén Darío utiliza su imagen para hacerlo dialogar y escuchar los motivos del lobo para seguir su vida salvaje alimentándose de los otros animales.

MI PADRE TRABAJABA con las plantas y fue señor de las plantas. El patio de mi casa por lo tanto, tenía una buena cantidad de ellas, entre de sombra y de ornato, así como medicinales y de frutos. Era un terreno pequeño, pero lleno. Había árbol de guayabas, de higos, de plátano. Había rosas, lirios, gladiolas, laurel rosa y jazmín. También había un canelón. Y un alto pino canadiense que adornaba el centro del solar. Este tenía como unos diez metros. Alto, para diciembre mi padre lo adornaba con luces y se miraba de manera maravillosa. Tan así que lo chuleaban los vecinos en su paso.

YO HE TRATADO de sembrar un pino, a semejanza del que tenía mi padre. Y a los pocos meses se me seca. "Es que no son plantas de estos lugares", me animan y desaniman. Asimismo he tratado de plantar duraznos y manzanas. Apenas logro hacer brotar la plantita de sus semillas y cuando tienen como diez centímetros, se me secan. Y eso que los meto al refrigerador simulando que están en lugares norteños cuando el invierno. Y ni así. Con sombra solo y calor tropical se me secan también.

DE LOS CUENTOS que más me gustan uno es de Mark Twain. No recuerdo el nombre. Solo que refiere al personaje que sin saber ni un ápice, lo nombraron director de una revista de agricultura. Así que escribía sobre los árboles de lechuga y apio. Y sobre las calabazas que se dan en árboles gigantescos. Por morbosidad de los lectores cada vez vendía más por las sandeces que escribía. Algo así.

LE SUGIERO VAYA a un vivero. Sentirá buenas vibraciones de vida. Y más si se abraza a una lilia, azucena, gardenia, rosa, amapola, camelia, dalia, azalea. En el vivero, dije.