Aplastar al cuervo

Estamos a unas horas del inicio de 2023 y con su llegada se asoma la tradición de los deseos y propósitos que nos fijamos para el año nuevo

Estamos a unas horas del inicio de 2023 y con su llegada se asoma la tradición de los deseos y propósitos que nos fijamos para el año nuevo. Pero esta vieja usanza no viene sola: la acompaña la sombra fantasmal de la procrastinación, la arraigada costumbre de aplazar, dejar para mañana, diferir o postergar.

Ya sea trastorno, hábito, tentación o síndrome, la procrastinación conlleva posponer las actividades importantes para dedicar el tiempo a tareas menos significativas. Se percibe en la trágica realidad de los estudiantes que comienzan sus tareas lo más tarde posible, casi en el límite de la fecha de entrega, sin importar los altos niveles de estrés y, por supuesto, los errores que se cometen. 

Pero también es visible en quienes le apuestan todo a las impetuosas aspiraciones de cada año, pero terminan deslumbrados por el placer de lo inmediato, autoconvenciéndose de esperar el “momento perfecto” para iniciar el recorrido por aquel sendero de realización, cuando los deseos ya se convirtieron en una pesada losa difícil de cargar.

Me recuerdan al mítico Sísifo, el héroe absurdo, tanto por sus pasiones como por su tormento. Una metáfora de la vida contemporánea que abruma a los hombres a soportar duras pruebas, a ver derrumbarse una y otra vez sus grandes anhelos.

Sísifo era rey de Corinto. Un día, por azar, ve una gigantesca águila llevando a una joven hacia una isla cercana. Cuando el rey de los ríos Aesopus le comunicó que su hija Aegina había sido secuestrada y que sospechaba de Zeus, le pidió que lo ayudara a buscarla. Sísifo le contó lo que había visto y debido a ello atrajo la tenaz furia de Zeus que lo envió al infierno. Allí se le castigó para siempre a empujar una roca hasta la cima de una montaña y ver que antes de llegar rodaba hasta el lugar de la partida.

Sísifo no procrastinó. Más bien, aunque quiso no pudo cumplir el cometido de encumbrar la pesada roca, como escarmiento por su irreverencia y desafiante actitud contra los dioses. 

Este personaje de la mitología griega también ejemplifica los propósitos fallidos de quienes, al inicio de cada año, empiezan a empujar con fuerza sus deseos, pero más allá de la mitad del camino su energía desfallece y sus objetivos se precipitan hasta el fondo, sin cumplirse. Lo intentan de nueva cuenta en el siguiente año, con el mismo calamitoso destino.

Gabriel Zaid publicó en diciembre de 2010, en la revista Letras Libres, un interesante ensayo al que tituló “Procrastinar”. Dos pasajes me resultaron especialmente reveladores cuando lo leí por aquellos años: el primero, relativo a una sátira del poeta latino Marco Valerio Marcial (siglo I), en la que alude intencionadamente a un personaje de nombre Póstumo (nombre que sí existía), como diciéndole: “no tendrás vida póstuma (fama póstuma) si dejas todo para mañana”. El segundo pasaje se refiere a lo sucedido en Capadocia, en el siglo III, cuando un comandante romano se sintió atraído por la fe cristiana y un cuervo trató de desviarlo de la conversión al graznarle ¡cras, cras!, que en latín significa: “mañana, mañana”. Pero el centurión, muy ejecutivamente, aplastó al cuervo respondiéndole: ¡hodie, hodie! (hoy, hoy). Se convirtió al cristianismo, fue martirizado y se venera el 19 de abril como San Expedito.

Por cierto, la palabra procrastinación viene de “pro-cras”, es decir, “pro-mañana”, el que prefiere “el mañana”. Cerremos los oídos al graznido del cuervo para que nada ni nadie se interponga en la faena de cumplir nuestras metas, siempre y cuando sean razonables. ¡Feliz año nuevo!