La democracia de algodón

El sistema democrático, aun cuando es un medio pacífico para ejercer y cambiar el gobierno mediante la opinión mayoritaria de los votantes, no necesariamente garantiza gobiernos responsables y capaces

Las alianzas o coaliciones políticas pactadas tienen el propósito de lograr un mejor posicionamiento electoral. En sus reglas poco explícitas, casi siempre la simpatía y la fascinación por el poder se imponen a la preparación y la razón.

Es común que en estas prácticas las encuestas sean el principal mecanismo para medir preferencias y evaluar a los políticos. No está mal, aunque es un recurso también perfectible, como la democracia misma. Al final de cuentas, el sistema democrático —con sus imperfecciones— lo permite.

Decía Winston Churchill que "muchas formas de gobierno han sido ensayadas, y lo serán en este mundo de vicios e infortunios. Nadie pretende que la democracia sea perfecta. En verdad, se ha dicho que es la peor forma de gobierno excepto por todas las otras que han sido ensayadas de tiempo en tiempo".

La idea anterior enfatiza que el sistema democrático, aun cuando es un medio pacífico para ejercer y cambiar el gobierno mediante la opinión mayoritaria de los votantes, no necesariamente garantiza gobiernos responsables y capaces, cuyo fin sea procurar el bien común. Al contrario, hay políticos que, sin ninguna consideración, van tras el beneficio propio.

Si usted ha escuchado el término “mercado electoral” es debido a que muchos prefieren ver a la política como algo similar a lo que ocurre en la economía de libre mercado, donde cada quien persigue su propio interés.

Lo ilustra muy bien Miguel de Cervantes, en el segundo tomo de “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha”: cuando Sancho Panza tiene la oportunidad de ser nombrado gobernador de una comarca, le comunica a su mujer, Teresa Panza, que en pocos días partirá al gobierno, a donde va con grandísimo deseo de hacer dinero, porque, según le han dicho, todos los gobernantes van con ese mismo deseo.

Esta aspiración no es nada compatible con la búsqueda del bien común; alguien podría argumentar que esto fue así porque el gobierno de Sancho Panza no era democrático, pero en la vida real, al amparo de este sistema, hemos atestiguado los peores actos de corrupción. Por ello, a veces es complicado entender las preferencias de las mayorías, sobre todo cuando sus intereses no son los mismos que tienen aquellas personas por las que votan.

Sabemos que la preferencia de una sola persona no decide ninguna elección; son miles de ciudadanos los que participan. La mayoría no investiga, no analiza, no discute; este factor suele producir falta de motivación en los pocos que sí lo hacen, de tal modo que se reduce la posibilidad de que se impongan los votos conscientes. Si me permiten el oxímoron, nos volvemos “racionalmente ignorantes”, como dijo el economista argentino Martín Krause, en su libro “La economía explicada a mis hijos”.

Ahí está el motivo por el cual muchos políticos apelan a las emociones, las frases simples y fáciles, en lugar de presentar argumentos o propuestas sólidas. Mientras sigan existiendo personas que no se interesen por las consecuencias de sus preferencias, las decisiones no serán de calidad: seguirán votando a favor de promesas sin sustento.

Por cierto, resulta que en la historia de Sancho Panza, aunque la intención de este personaje fuera enriquecerse en el gobierno, termina comprendiendo que esa no es una ocupación para él, pues le acarrea más dolores de cabeza que satisfacciones. Lo dijo así: “Abran camino, señores míos, y déjenme volver a mi antigua libertad; déjenme que vaya a buscar la vida pasada, para que me resucite de esta muerte presente”.

Quisiéramos que en nuestra sociedad hubiera más personas como Sancho, es decir, que terminaran por domar sus ambiciones y reconocer sus debilidades. Cabe recordar que el primer acto de corrupción consiste en aspirar a un cargo para el que no se tienen la preparación, el perfil, la disciplina y las capacidades suficientes. No basta con ser simpático, buena onda, ni tener buenas intenciones.