Desde la geopolítica
23/06/2025
Irán, Israel y Estados Unidos: La guerra peligrosa.
El pasado 21 de junio, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ordenó una operación militar de alto riesgo y enorme simbolismo: "Martillo de Medianoche" (Midnight Hammer), dirigida contra tres instalaciones nucleares clave de Irán: Isfahan, Fordow y Natanz. La operación combinó bombarderos furtivos tipo B-2, misiles Tomahawk, misiles de crucero y las peligrosas "bombas triple B" (bunker-buster bombs, por su nombre en inglés), un tipo especial de armamento diseñado para perforar suelo y concreto, y detonar en las profundidades de instalaciones reforzadas. Este tipo de bomba está solo un escalón por debajo de la bomba atómica, en términos de capacidad destructiva.
Se estima que se utilizaron de 2 a 6 bombas anti-búnkers, del modelo GBU-57/B, una bomba que pesa alrededor de 13 mil 600 kilogramos, con cerca de 2 mil 400 kilogramos de material explosivo y que es capaz de atravesar 60 metros bajo tierra o 18 metros de hormigón. Y surge la pregunta ¿para qué?, ¿cuál fue el objetivo de esta operación? Neutralizar la capacidad iraní de enriquecer uranio a niveles que permitan construir una bomba atómica.
En Fordow, el objetivo más simbólico, Irán ha instalado sus centrifugadoras más avanzadas. Allí se detectaron, según reportes en 2023, niveles de enriquecimiento de uranio del 83.7%, apenas por debajo del 90% necesario para fabricar un arma nuclear. En 2024, otras fuentes señalaron que Irán había alcanzado un 60%. ¿Significa esto que Irán está desarrollando una bomba? No necesariamente. Pero es evidente que tiene la capacidad técnica para hacerlo si así lo decidiera. Aunque aún le faltaría desarrollar el sistema de entrega ( delivery system) y otros aspectos.
Para Israel, un Irán nuclear representa una amenaza existencial. Cambiaría el equilibrio regional de poder en Medio Oriente, un tablero donde solo dos países tienen armas nucleares: Pakistán e Israel. Agregar a Irán, potencia chiita, rival regional y enemigo declarado del Estado israelí, alteraría profundamente las dinámicas geopolíticas, religiosas y militares.
Solo 9 países en el mundo tienen armas nucleares: Estados Unidos, China, Rusia, Francia, Reino Unido, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Afortunadamente, América Latina escapa de esa dinámica geopolítica gracias al Tratado de Tlatelolco, que prohibió la proliferación de armas nucleares en el continente. Este esfuerzo diplomático, realizado por Alfonso García Robles, egresado de la UNAM, le otorgó el Premio Nobel de la Paz a México en 1982, junto a la diplomática sueca Alva Reimer Myrdal. Gracias a eso, nuestra región goza del privilegio de ser una zona libre de armas nucleares.
HIPOCRESÍA Y PODER
La geopolítica no solo se trata de tecnología o armamento. Es, sobre todo, una historia de hipocresías y poder. Israel, que nunca ha reconocido oficialmente poseer armas nucleares, no es firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP). Irán sí lo es desde 1970. Israel no permite inspecciones internacionales en sus instalaciones; Irán, al menos hasta antes de esta crisis, sí lo hacía bajo supervisión del Organismo Internacional de Energía Atómica. Irán no tiene ojivas nucleares. Israel, según estimaciones, posee entre 90 y 500.
El doble rasero es evidente. A lo que se suma una herida histórica: en 1953, Estados Unidos y Reino Unido orquestaron un golpe de Estado contra el primer ministro iraní Mohammed Mossadeq, democráticamente electo, por atreverse a nacionalizar el petróleo. El Shah impuesto fue luego sostenido con millones de dólares, y su policía secreta —la temida SAVAK— fue entrenada por la CIA y el Mossad. Esa intervención sembró un resentimiento en la población iraní, que perdura hasta hoy. La Revolución Islámica de 1979 no fue solo un giro religioso: fue el fin del Irán títere de Occidente. Desde entonces, Irán ha sido un actor incómodo, impredecible y dispuesto a desafiar el orden regional dominado por Washington y Tel Aviv. Su poder radica no solo en su tecnología militar, sino en algo más difícil de destruir: la convicción ideológica de su élite gobernante.
La guerra aún es indirecta. Es una guerra aérea, tecnológica y proxy: con intercambios de misiles, sabotajes, ciberataques y guerrillas aliadas enfrentándose en Siria, Irak, Líbano y Yemen. Pero la escalada puede ser rápida. Irán cuenta con misiles hipersónicos para los que no hay defensa efectiva. Puede atacar bases estadounidenses en la región o usar a sus aliados para golpear los intereses de Israel y Occidente.
Irán posiblemente responda con el cierre del estrecho de Ormuz y movilice a la milicia hutíe de Ansar Allah para hacer lo mismo en el estrecho de Bab Al-Mandeb, en el cuerno de África y a las entradas del Mar Rojo. Estos dos movimientos tendrían una severa repercusión en el tráfico global de petróleo. Tan solo en Ormuz se calcula que transita entre el 20-30% del petróleo mundial. El cierre de estas rutas marítimas dispararía el precio del petróleo y generaría un efecto inflacionario. De inicio, los buques tendrían que desviarse hacia el Sur de África, al Cabo de Buena Esperanza y rodear toda África para ir hacia Europa. Y en el peor de los casos, Arabia Saudita y Estados Unidos tendrían que actuar, lo cual arrastraría a la guerra a otros países cercanos, como Emiratos Árabes Unidos y Omán.
Esto es lo peligroso del conflicto Irán-Israel-Estados Unidos, que puede escalar a nivel regional. Rusia podría intervenir en favor de Irán, China movería piezas a través de Pakistán, Siria respaldaría a Israel, y Venezuela ya ha manifestado su simpatía por Teherán. La Unión Europea, Turquía, Egipto, Jordania, Irak e India tendrían que elegir bandos. Y si la guerra se vuelve total, nadie quedará indiferente.
La diplomacia parece lejana, aunque Estados Unidos y la Unión Europea pugnen por un nuevo acuerdo nuclear con Irán, esto puede ser visto como imposición y sumisión. Pretender que Irán se desarme mientras Israel mantiene su arsenal en secreto no es una propuesta de paz, es una provocación. No hay salida clara. No hay acuerdos posibles si se parte de la lógica de la humillación. Esta confrontación, como tantas otras que hierven en silencio en distintas latitudes, es apenas un síntoma de un fenómeno más profundo: El viejo orden internacional se desmorona y un nuevo equilibrio emerge. El conflicto entre Irán, Israel y Estados Unidos no es un accidente. Es un capítulo más en la historia de ese nuevo orden que aún no termina de nacer, pero que ya está desangrando al mundo.
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