Hacer nada, y no sentirse culpable

Sentirme culpable por no hacer nada

HAY DÍAS EN QUE ES BUENO no hacer nada. Solo mirar el mundo desde una hamaca. O sentado en el balcón. O tirado en la sombra bajo un árbol. Y tener listo el café y el pan a la mano. O una buena jarra de limonada. Lanzar la mirada al más allá de la nariz. E imaginar todo lo que hay, aún un poco más allá de lo que alcanzamos a mirar. Hay días así. En que soltamos la prisa. Y debemos aferrarnos a la vida en cámara lenta.

LA PRISA ES MALA CONSEJERA. Te jala, te arrastra, te lleva, te despersonaliza. Anda uno vacío. Impostor en los asuntos. Testigo de lo que no nos corresponde. Como tratando de encontrar en el trabajo la razón de la existencia. En hacer las cosas. Y no está mal. Pero la prisa es la vorágine sin sentido que nos arrastra, sin brújula, sin ruta definida. Y ya es de nuevo lunes, fin de semana, cumpleaños, Navidad.

NO POR SER DOMINGO EL DÍA. Fuera martes o jueves, lo diría también. O irse de descanso a un parque y hacer lo mismo: nada. Solo mirar distraído, como si nada. Y darse cuenta que la vida sigue su curso cabalgando entre el tiempo y las nubes. Y que no hay nada oculto bajo el sol. Allí corre un niño, detrás su madre. Allá un perro saltando trata de romper la pompa de jabón. Y más allá los pinos y los abetos, como soldados en las ceremonias cívicas. Apenas una mosca revolotea. ¿Y qué más da?

NO HACER NADA NO ES SENCILLO. Pareciera como el gran triunfo dejarse ser, y listo. Pero las ideas se presentan para jalonarnos hacia lo que tenemos pendiente. Parece sencillo colgar la hamaca y tirarnos un clavado. Y admirar los colores. Oigo, por cierto, un pájaro carpintero, insistente en romper el árbol para hacer el hueco. Me dicen que en los huecos guardan semillas. No golpees así, pero ten la terquedad del carpintero para no hacer nada. Recuerda que ellos picotean para atraer a su pareja.

LA NADA ES SUMERGIRSE EN LA TOTALIDAD. Es probar nuestro destino eterno. Esencia de lo que realmente somos. No ser más que materia vibrante. Ojos que miran. Oídos para el sonido. Piel para el amor.

ASOMARSE AL LIRIO. Acariciar el rosal con su flor y espinas. Mirar la sangre brotar cual emergente respuesta. Y saber que la vida está en curso. Pero no es valorada en ese frenesí de las horas en las que nos desaparecemos para poner el tornillo, la tuerca, soldar el alambre. Y el reloj sigue su curso, indiferente. Llega la quincena, recibimos el pago. Y empezamos de nuevo, cada vez menos nosotros, cada vez menos esencia de lo que somos.

NADA ES NADA. Inclusive ni escribir o leer. Aunque bien se sabe que escribir es nada. Es recurrir a la estratagema de simular estar ocupado. Y que no te molesten. Y apostarle al tiempo de la práctica para escribir mejor. Dejar de lado la pluma. Engancharse mirón con el vuelo de la mariposa. Mirar las hormigas en su trajinar. Y recordar sí, aquella vez. Sin escribir más de los detalles. Del viejo amor. Del amor a las plantas y a las piedras.

CIERTO NO HACER NADA. Y acaso en lo posible ni pensar. Quedarse piedra y en efecto aceptar que te digan materialista. Ser como la planta que viaja sin moverse a través de sus semillas volátiles. O acorazadas para resistir el golpe. O con salvavidas ligero que las lleva a otros confines para nacer planta en otra parte. Ser piedra o planta. Y moverse arrastrada piedra haciendo ruido en el río. O remontar la oscuridad de la tierra. Ser en otra sustancia. Moverse en otro sendero. Donde para el humano no hay sendero.

NADA. SOLO DEJAR A LOS SENTIDOS que perciban. No tejer tareas. No intrincar ideas. Dejar que fluya todo como el agua de río. Que se empuja a sí misma, para llegar al mar, sin prisa, sin fecha de llegada. Solo el dejarse ir. Para recorrer el sendero prefijado. Así el hombre. Deje con un palmo al que espera plusvalía. Al que saca sangre. Al que muele músculos. Y liberarse del yugo. Y como el río dirigirse al amar sin prisa ni zozobra.

NADA. HACER NADA. Dejarse llevar por el paso de las horas. Mirar a todos lados. Fijar la mirada. Escribir sí. Como escribir es nada. Sin más. Y dejarse llevar. No hay competencia. Ni llegar a aluna parte. Y no llegar primero. Más bien no importa el lugar. Si el primer o el último. La ruta es la que nos lleve a la felicidad. Y esa ruta la vamos encontrando en el camino. Mas no en la prisa. Sino en el saber estar bien donde uno se encuentre. Hoy, por ejemplo, hacer nada. Y dejar fluir la vida. Y nosotros maravillados en ella. Escribir sí, porque es nada. Hacer nada y no sentirse culpable. Salud.