Lecciones de las Elecciones

Esto ha cambiado ya para los mexicanos. Antes cumplíamos y le conferíamos la apariencia de democrática a nuestra vida política

Una.- Más allá de toda controversia, el proceso electoral del domingo 6 puso en evidencia que los ciudadanos confiamos en el Instituto Nacional Electoral y en la democracia como el método por el cual debemos regir nuestra convivencia política. En los últimos treinta años, la institución surgida de la lucha ciudadana y los ciudadanos le hemos conferido un nuevo significado al hecho de acudir a las urnas a votar.  A diferencia de la época en la que el PRI gobernó hegemónicamente, las elecciones son organizadas por y para la ciudadanía.  Antes, eran organizadas por y para el sistema imperante.  Esto ha cambiado ya para los mexicanos.  Antes cumplíamos y le conferíamos la apariencia de democrática a nuestra vida política.  Ahora votamos y si a quienes elegimos nos desengañan sabemos que tendremos la oportunidad de corregir.  Eso no significa que no haya que revisar aspectos del Instituto.  Habrá que hacerlo, pero para asegurar, por un lado, su independencia y, por otro, la certeza de los ciudadanos en sus decisiones electorales.  Revisar al INE y su funcionamiento no debe estar orientado a posibilitar el regreso de un poder hegemónico autoritario. 

Dos.- No obstante este importante avance, la forma de hacer política de los partidos políticos está marcada aún por la impronta del priísmo hegemónico.  Mientras las formas democráticas se afianzan en el proceso mediante el cual los ciudadanos elegimos a quienes nos representarán y gobernarán, los partidos políticos, en cambio, siguen rigiéndose por una lógica patrimonialista autoritaria.  Ningún partido, hasta ahora, se ha atrevido a regular democráticamente sus procesos de selección de candidatos.  En todos, los candidatos no son sometidos a ningún proceso de escrutinio que no sea el de las relaciones de conveniencia con los grupos que controlan a los institutos políticos.  Estas prácticas garantizan la supervivencia del pobre desempeño de nuestros políticos.  Adicionalmente, la práctica de compra de votos continúa arraigada en todos los partidos políticos. Ciertamente, cada vez los mexicanos sabemos que podemos influir en las elecciones; no obstante, el porcentaje del voto cautivo, vía su compra o manipulación, continúa siendo importante.  Por si fuera poco, la manipulación se adapta a la nueva era: ahora los partidos pagan a famosos personajes digitales, los influencers, para conseguir más adeptos. 

Tres.- A reserva de un mejor análisis, los resultados nos dejan ver que México es un país cada vez más diverso y complejo.  Tanto el partido oficial como los partidos de la oposición claman haber ganado.  Lo cierto es que unos y otros obtuvieron victorias parciales y relevantes y todos sufrieron derrotas importantes y significativas.  Morena obtuvo más votos que ninguno otro partido y por mucho.  Sin embargo, el porcentaje que consiguió fue mucho menor al que captó en la elección del 2018.  Ganó 11 gubernaturas, pero no consiguió la mayoría calificada en el Congreso.  En Ciudad de México sufrió una derrota muy dura.  El número de votos que la ciudadanía concedió a la oposición demuestra que su prestigio y capacidad de convencimiento están seriamente dañados y que es mucho lo que tendrán que hacer para merecer el respeto y la consideración de la mayoría de los ciudadanos.  Es un hecho que en México las identidades sociales y culturales se suman continuamente y, por consiguiente, los intereses y demandas se diversifican.  En ese contexto, se torna necesario entender, más allá de las claves de clase, la capacidad de Morena para convencer a los electores en territorios en los que aún no gobierna.  También, entender por qué no consiguió los votos deseados en espacios y áreas bajo su gobierno.  Por otro lado, la victoria de Samuel García en Nuevo León, no puede reducirse a la habilidad de su esposa para atraer simpatizantes a través de redes sociales.  ¿La idea de “voto de castigo” es suficiente para entender estos procesos?  Nuevos discursos y nuevas formas de entender la realidad están haciendo presencia en la sociedad mexicana.  Gobierno y sociedad deben abrir los ojos a esta nueva situación.  Si mantenemos la polarización y la creencia en un país homogéneo, ajustado a una sola narrativa, estamos en peligro de la ruptura.