Mariposas amarillas

Desde los primeros días de diciembre nuestros pasos se ven reconfortados por los cielos multicolores de estas fiestas de fin de año

Desde los primeros días de diciembre nuestros pasos se ven reconfortados por los cielos multicolores de estas fiestas de fin de año. Sobresalen los centelleos de luces rojas y amarillas, quizá más las últimas que las primeras. Finalmente, así es la vida humana: una enorme gama de tonos y matices, a veces oscuros, a veces claros.

Entre los colores que se pueden mirar, confieso mi predilección por el amarillo, del que me enamoró el realismo mágico de Gabriel García Márquez y que tiene un hondo significado espiritual, muy acorde con las festividades decembrinas. Tal vez la insignia más representativa en las obras del escritor colombiano se halla en las mariposas amarillas, con todo su presagio de caminos plenos de emoción e ilusión.

Se dice a menudo que las mariposas significan aislamiento, melancolía y amor entre los personajes de “Cien años de soledad”, Renata Remedios y Mauricio Babilonia. Conforme la historia avanza, el amor entre esta mujer (depositaria del silencio en los últimos días de su vida) y el aprendiz de mecánico se torna en racimos de mariposas amarillas, signos de una pasión sofocante, un amor lleno de ansiedad, una alegoría del amor soñado.

Hay un fragmento de esta novela en el que García Márquez lo dibuja magistralmente. Dice así:

“Cuando Mauricio Babilonia empezó a perseguirla, como un espectro que sólo ella identificaba en la multitud, comprendió que las mariposas amarillas tenían algo que ver con él. Mauricio Babilonia estaba siempre en el público de los conciertos, en el cine, en la misa mayor, y ella no necesitaba verlo para descubrirlo, porque se lo indicaban las mariposas”.

Al igual que en toda propuesta literaria, en la pieza anterior la connotación está presente y el conjunto de significados que se pueden desprender es diverso. Recordemos que la literatura en sí misma evoca todo tipo de sensaciones, experiencias y también colores.

Hay quienes afirman que el adjetivo en plural “amarillas”, atribuido a las mariposas de García Márquez, no es más que resultado de su afanoso gusto por este color, una forma de provocar un sentimiento o dotar de personalidad a su obra. El ganador del premio Nobel (el pasado 10 de diciembre se ajustaron 40 años de haberlo recibido) declaró en una ocasión que mientras existieran flores amarillas nada malo podría ocurrirle.

Para Gabo, el amarillo era el reflejo de la providencia y la fortuna, el matiz de la bandera de su patria y del guayacán, árbol de trepidante brillo a cuyo pie solía sentarse un niño para contemplar la lluvia de sus hojas y escuchar absorto las historias de su abuela. Sí, Guayacán, el árbol del color del trópico que en Villahermosa resplandece majestuoso en primavera.

Ya sea de buena suerte o un gen de amor ansioso que no cesa, el amarillo, y particularmente las mariposas de ese tono, atraen recónditos sentimientos de dicha y felicidad, igual que los miles de luces que en estos días decembrinos inundan las plazas públicas y las calles de Villahermosa. Luces que iluminan el sendero para que nuestros ojos puedan besar la noche.

A unas horas de la celebración de la Navidad, mi deseo es que el camino de todos ustedes sea siempre luminoso y que las mariposas amarillas -como los fulgores de estas fechas- ronden sus cabezas y sean un augurio de esperanza, alegría y prosperidad.