Narcocultura
12/06/2025
La glorificación del delito
La narcocultura en nuestro país ha permeado como ha permeado el crimen organizado. Todo el tejido social se encuentra contaminado por esta cultura emergente, y de igual manera, la forma de pensar de las nuevas generaciones.
Aquella tradición mexicana de hacer corridos de héroes o bandidos populares, de pronto se convirtió en la moda y la música sobre todo del norte, comenzó a glorificar a personajes vinculados con los grupos criminales.
Es un boom que aún se mantiene con la complacencia de las autoridades en aras de la libertad de expresión. El arte, aun siendo popular, debe ir más allá de burdas expresiones insultantes, misóginas, sexualizantes e incitantes al consumo de enervantes, como sucede ahora. Las bandas, los grupos musicales, los músicos solistas y cantantes populares no tienen más temas para sus obras, que la droga, el crimen y la sexualidad casi pornográfica y violenta.
¿Eso es arte? ¿Por tratarse del arte popular, se justifican esas expresiones burdas, grotescas e insultantes socialmente? ¿Qué sociedad construimos, cuando a las personas les damos a consumir chatarra auditiva bajo el disfraz de música? ¿Qué país y qué sociedad se pretende construir incitando a las personas por todos los medios, al consumo de droga, al crimen, a la violencia sexual como características esenciales del nuevo macho mexicano?
No hay ningún poder que pueda estar por encima del Estado, y aún si el Estado mexicano lo que pretende es garantizar la libre expresión, ésta tiene límites de acuerdo a lo establecido en el artículo sexto constitucional, límites que deben aplicarse necesariamente como tema de seguridad nacional.
Desde la libertad excesiva a las televisoras, a los medios de comunicación en general y a la expresión musical en concreto, los poderes fácticos en contubernio con las autoridades de su momento, han aprovechado y abusado para construir una verdadera narcocultura que ya no deviene de afuera de la persona, sino de adentro, al tratar de emular a los narcotraficantes que son retratados como héroes, y al consumo de estupefacientes como esencial para poder vivir.
¿Es más importante la libertad de expresión o la seguridad nacional? ¿Hasta dónde concluye la libre expresión y donde comienza su restricción que ante su abuso se convierte en dañina para la sociedad?
Demasiado tarde y con mucha timidez las autoridades buscan frenar el abuso de la libre expresión que daña a la sociedad, van con mucho tiento como si temieran dañar intereses, tienen temor de acallar lo que ahora es un gran poder, y que desde la palabra y la cultura emergente ha ido construyendo un país y una sociedad que cada día asume más conductas de tipo antisocial.
La apología del delito es un delito contenido en muchos códigos penales estatales, pero seguramente aplicado ni una vez. Hoy hace falta endurecerlo y aplicarlo con eficacia, no como un instrumento de censura, sino de refreno a expresiones que dañan a la sociedad y crean una cultura insana y una sociedad enferma.
No sólo se trata de frenar los narcocorridos sino todo lo que genera narcocultura, como las series televisivas y de streaming, para que entiendan que la sociedad requiere de alimento intelectual sano y no chatarra, que los músicos entiendan que la música es arte y como arte debe tener propuesta, exploración, contribución artística; en tanto que los medios de comunicación deben modificar el sentido heroico de personajes de la delincuencia, y ser claros al señalar que se han apartado del camino de la ley y las buenas acciones sociales.
Como decía, no hay ningún poder por encima del Estado, y es deber del Estado salvaguardar a los gobernados, en caso contrario, o se trata de fallas del Estado, o se trata de contubernio con quienes generan la cultura dañina para la sociedad.
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