Oráculo literario

Decía el escritor turco Orham Pamuk, premio Nobel de Literatura en 2006

Decía el escritor turco Orham Pamuk, premio Nobel de Literatura en 2006, que “las buenas novelas son premonitorias y los buenos escritores son una especie de profetas, pero siempre sin saberlo, de una manera ingenua”. La vida real ofrece razones suficientes para confirmar una opinión de ese calado.

Agregaría que las buenas piezas literarias a las que alude Pamuk no solo anticipan acontecimientos; no solo los presentan con tal nivel de precisión que sorprende la actualidad con que se pueden leer después de muchas décadas, como si se tratara de un amplio salto en el futuro, sino que también nos dan valiosas enseñanzas que los lectores, distraídos por el divertimento, solemos obviar.

Ocurre con estos pasajes algo parecido a lo que mitológicamente se dice que acontecía en el Oráculo de Delfos de la antigua Grecia: una pitonisa inspirada profetizaba el destino de los consultantes o les daba consejos con cierto grado de ambigüedad.

Encontramos en la literatura casos como el de H. G. Wells, quien predijo la creación de tanques de guerra en su relato "Los acorazados terrestres" (1903); o el de Edward Bellamy, quien en su famosa novela utópica “Mirando atrás" (1888) situó en el año 2000 a un hombre de clase alta de 1887, tras un trance hipnótico, gracias al cual pudo observar a hombres del futuro llevando una tarjeta para consumir su crédito sin necesidad de emplear dinero impreso.

Hay otras historias que, sin ser estrictamente proféticas, relatan hechos que guardan una asombrosa relación con nuestro presente. Me detendré en “La Peste” (1947), de Albert Camus, y en “El llano en llamas” (1953), de Juan Rulfo.

“La Peste” muestra una trama escenificada en Orán, Argelia –la patria natal del autor-, en la que se afecta la vida de los habitantes de la ciudad al sufrir los estragos de una epidemia. Las autoridades ponen a la ciudad de Orán en un severo aislamiento. Los accesos son clausurados y controlados; nadie puede entrar ni salir, mientras los habitantes comienzan a adquirir la enfermedad. Es innegable el paralelismo del argumento de esta novela con la pandemia de Covid-19 que ha impactado al mundo en los últimos dos años.

Por su parte, ahora que septiembre nos ha resultado extraordinario debido a los sismos que por estas fechas han tenido lugar (como en los años 1985, 2017 y 2022), es imposible pasar por alto el relato “El día del derrumbe”, de la obra “El llano en llamas”, donde el narrador acude al testimonio de un personaje de nombre Melitón, de privilegiada memoria, para darnos a conocer los pormenores de un temblor ocurrido… ¿cuándo cree? Por supuesto: en septiembre. Un fragmento del relato expresa lo siguiente:

“—Esto pasó en septiembre. No en el septiembre de este año sino en el del año pasado. ¿O fue el antepasado, Melitón?

—No, fue el pasado.

—Sí, si yo me acordaba bien. Fue en septiembre del año pasado, por el día veintiuno. Óyeme, Melitón, ¿no fue el veintiuno de septiembre el mero día del temblor?

—Fue un poco antes. Tengo entendido que fue por el dieciocho.

—Tienes razón. Yo por esos días andaba en Tuxcacuesco. Hasta vi cuando se derrumbaban las casas como si estuvieran echas de melcocha; nomás se retorcían así, haciendo muecas y se venían las paredes enteras contra el suelo”.

Solo esta pequeña muestra de la pieza resulta impresionante. Recuerde que el libro de cuentos de Rulfo fue publicado hace casi 70 años.

Después de los ejemplos expuestos, cruzo los dedos y elevo una plegaria para que “Fahrenheit 451” (1953), la novela distópica de Ray Bradbury que presenta una sociedad en cuyo seno los libros están prohibidos y existen “bomberos” que se dedican a quemarlos, no traspase los límites de la ciencia ficción. Aunque, en realidad, como escribió Bradbury en 1993 en un prefacio de su obra, en medio de la historia hay una predicción del bombero Beatty: se refería a la posibilidad de quemar libros sin cerillas ni fuego, “porque no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe”.

Si bien nadie conoce qué nos deparará el futuro, al menos en el campo literario aplica aquello de que la mejor manera de predecirlo es creándolo. ¿No le parece?