¿Y de ahí?

Necesaria reflexión profunda sobre feminismo y masculinidad

El Día Internacional para Erradicar la Violencia contra las Mujeres es una fecha impulsada por la Organización de las Naciones Unidas a partir de 1999 que, desde entonces, ha ido cobrando cada vez mayor difusión y fuerza gracias a los colectivos feministas. Ahora el 25 de noviembre, o 25 N, se ha institucionalizado exitosamente para exigir que cese todo tipo de violencia contra las mujeres y las niñas.

Así, se comprometen públicamente a cumplir ese objetivo lo mismo presidentes que gobernadores, diputados, legisladores, alcaldes, etcétera. En las políticas públicas en materia de educación y salud, seguridad e incluso en materia electoral, el compromiso es que la violencia contra las mujeres se detenga, que el género femenino tenga los mismos derechos y representación que el género masculino.

No obstante, todavía hay personas que niegan el machismo, que son incapaces de reconocer la violencia contra las mujeres cuando la ejercen, cuando la ven y hasta cuando la sufren. Hay quienes insisten en invisibilizar la violencia contra las mujeres sosteniendo que la violencia nos afecta a todos, porque el país y la realidad son de por sí violentos. Pretenden ignorar los indicadores objetivos: más del 90 por ciento de las personas privadas de su libertad por cometer delitos son hombres, igual proporción cabe para las víctimas de delitos sexuales, que casi siempre son mujeres o niñas. No toda violencia es igual ni la padecen igual las víctimas.

Para muchas personas es difícil de entender que sigue habiendo machismo, especialmente cuando cada vez más hay mujeres profesionistas y se supone que hombres y mujeres debemos ganar lo mismo por igual trabajo. Pues sí. Para no ir tan lejos, aquí mismo en Tabasco todavía hay instituciones en las que no se reconoce a las mujeres trabajadoras su derecho a registrar a sus esposos o parejas como beneficiarios en sus sistemas de seguridad social. Una violencia institucional, difícil de ver y denunciar.

En las últimas décadas, el feminismo tuvo un auge innegable que paradójicamente lo llevó por derroteros de división. Ahora el panorama es complejo y se habla de feminismos varios. Las hay quienes piensan que para solucionar los problemas hay que lograr la paridad en todos los cargos, quienes reclaman que eso es inútil sin justicia para las víctimas de feminicidio, hay quienes afirman que se debe tirar todo el sistema capitalista, las que defienden que las mujeres trans son mujeres y las que les niegan ese reconocimiento, así como las que urgen que la prostitución debe abolirse y las que defienden que debe regularse. Muchas también han dejado de asumirse feministas sin dejar de oponerse al machismo y la violencia contra las mujeres.

En tanto, todavía en la discusión pública escuchamos críticas contra las acciones afirmativas de paridad en materia electoral, le llaman "caridad" de género. Si no fuera por machismo, ¿a qué vendría tantísima resistencia a que quien mande sea mujer? Resulta que estas estas acciones son necesarias porque los partidos se han quedado cortos en la promoción de liderazgos políticos femeninos. Es complicado que las mujeres se dediquen profesionalmente a hacer política cuando, por machismo, todavía hay quien piensa que son ellas y sólo ellas quienes tienen que educar a los hijos, hacer labores del hogar, cuidar a los enfermos de la casa. Esto también dificulta que las mujeres tengan buenos trabajos y sean económicamente competitivas.

El 25 N tiene un componente inherentemente político, como lo tuvo la lucha de las hermanas Mirabal contra la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. Es una conmemoración histórica, susceptible de interpretación. Así, los debates de las feministas continuarán a medida que cada partido o movimiento se sube al tren para adecuarlo a sus intereses.

Mientras tanto, las muertes violentas de mujeres, las violaciones, el acoso, la violencia familiar, no cesan. Hace falta también un componente fundamental: aceptar la premisa básica que el machismo como sistema de pensamiento también es perpetuado por las mujeres, y que los hombres tienen ante sí el deber de reflexionar sobre cómo son posibles otras formas de masculinidad sin violencia.