Moneda de dos caras

descollar en medio de las aflicciones, tener la entereza de sobreponerse a un fracaso por considerarlo obra del destino

Confieso que no es mi fuerte escribir sobre temas de superación personal, pero no puedo sustraerme de hacerlo luego de leer lo que Francisco Bulnes, en su libro “El verdadero Díaz y la revolución” (1920), puso en boca del expresidente: “Los mexicanos están contentos con comer desordenadamente antojitos, levantarse tarde, ser empleados públicos con padrinos de influencia, asistir a su trabajo sin puntualidad, enfermarse con frecuencia y obtener licencias con goce de sueldo… divertirse sin cesar… gastar más de lo que ganan y endrogarse con los usureros para hacer posadas y fiestas onomásticas”.

Agrego que a varios, entre los que me incluyo, puede resultarnos desmoralizante la apatía de muchas personas para contribuir al bien colectivo por preferir el privado, descollar en medio de las aflicciones, tener la entereza de sobreponerse a un fracaso por considerarlo obra del destino. No es fácil toparse con el rostro de la desidia de quienes poco hacen por superarse y quedan atrapados en un halo de mediocridad.

Decía José Ortega y Gasset que el hombre es su tiempo y circunstancia. Antonio Machado afirmaba vehemente que no hay camino, sino que se hace camino al andar. Siendo más preciso, el primero, en las “Meditaciones del Quijote”, soltó la frase: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. El segundo, por su parte, nos recuerda que cada quien forma el horizonte en el cual vivir y le da sentido a su camino (¡caramba!, heme aquí hablando de superación personal).

Las lecciones anteriores aplican al quehacer humano en distintos campos —por no decir todos—: lo mismo en la vida familiar que en la profesional o en la política que en el deporte. Nada hay escrito; a cada uno le toca correr la pluma. Cada uno, como exaltaba el poeta Amado Nervo, es el arquitecto de su propio destino; o cada cual se lo fabrica, porque “no tiene aquí fortuna parte alguna”, en palabras de Miguel de Cervantes. Mire usted que en breves líneas ya hicimos el recuento de un buen número de autores que han abordado un tema común: se nos da la vida, pero no hecha. Por nuestra cuenta y riesgo nos corresponde decidir lo que vamos a hacer.

Como la idea es tratar de convencerle de que podemos contradecir el escarnio de Porfirio Díaz, de que podemos asumir la responsabilidad de nuestros actos, porque la moneda no está echada como para aguardar lo que el destino nos depare, aquí le va esta historia:

Oda Nobunaga fue un señor de la guerra, medio legendario, a quien entre otras epopeyas se le atribuye la sangrienta unificación del Japón medieval. Se dice que Oda Nobunaga se dirigió con su pequeño ejército a enfrentarse con otro señor feudal que tenía un ejército mucho más numeroso. Sus vasallos estaban desmoralizados.

Cerca del lugar donde se iba a dirimir la batalla se erigía un templo sintoísta. Era un templo muy parecido al de Delfos en la antigua Grecia, que tenía la capacidad de vaticinar los favores divinos: las personas acudían allí para orar a los dioses y pedirles su gracia. Cuando se salía del santuario era costumbre lanzar una moneda al aire; si salía cara, se cumplían los favores que se habían pedido.

Oda Nobunaga fue al templo y rogó ayuda de los dioses para que fuesen favorables a su ejército a pesar de ser menos numeroso. Al salir del templo, lanzó la moneda y salió cara. Sus guerreros envalentonados se dirigieron presurosos a la batalla y la ganaron. Cuando la lucha acabó, un lugarteniente se dirigió a Oda Nobunaga y le dijo: “Estamos en manos del destino, nada podemos hacer contra aquello que deciden los dioses”, y Oda Nobunaga le contestó: “¡Cuánta razón tienes, amigo mío!”, y le enseñó la moneda: tenía dos caras.

La moraleja de esta historia es que, a menudo, el destino se encuentra en nuestras manos, el destino es andar por la vida con una moneda de dos caras. Para convertir en realidad nuestros anhelos es necesario creer que el futuro no es un regalo, es algo que podemos conquistar. El ser humano tiene la capacidad de ser guionista y protagonista de sus propias historias. No está mal, ¿verdad?