Agenda Ciudadana
26/09/2025
El Primer Año
El miércoles próximo, 1 de octubre, se cumplirá el primer aniversario del arribo de la presidenta Sheinbaum al poder. Sin duda, ha sido un año complicado para ella y para el país. Manuel López San Martín, periodista mexicano, publicó a inicios de este año un libro que tituló El séptimo año. El texto no podía ser más oportuno y necesario para seguir la ruta de la presidencia de Claudia Sheinbaum. Si bien el carácter patrimonialista que el priismo imprimió a la presidencia se encontraba erosionado por la transición democrática de principios del siglo, el arribo de López Obrador a ella no sólo lo reavivó, sino que consiguió fortalecerlo. Sabedor de la aceptación poderosa que su persona tenía en un altísimo porcentaje de la población, López Obrador se dio el lujo de anunciar, casi desde el principio de su sexenio, quién habría de sucederlo y haría campaña, abiertamente, a su favor a lo largo de su gestión. De allí que la referencia al poder como legado y herencia resulte más que oportuno.
Habrá, sin embargo, que hacer una acotación. Éste, ciertamente es el séptimo año del gobierno de López Obrador, pero también ha sido el primero de Claudia Sheinbaum. Cegado por el poder, su popularidad y su autoconcepción, es muy posible que el expresidente no dimensionara la situación real de la economía y las finanzas del país, de la seguridad social pero, sobre todo, del margen de maniobra política y simbólica al término de su gestión. Habrá pensado que, muy probablemente, podría seguir teniendo todo el control político desde su rancho. Pero, quizá perdió de vista un elemento clave: las elecciones de los Estados Unidos; tal vez dio por sentada una victoria demócrata.
El triunfo de Trump modificó radicalmente el diagrama elaborado por López Obrador. En estos últimos tres meses hemos visto quedar al descubierto el verdadero sentido de las principales decisiones de la llamada cuarta transformación. Desmantelar las instituciones que con tanto trabajo y durante mucho tiempo habían edificado varias organizaciones civiles para contener el poder y trazar un camino más seguro hacia la democracia perseguía, prioritariamente, fortalecer al partido oficial y posibilitarle la retención del poder, impedir la transparencia gubernamental y evitar el escrutinio público del quehacer gubernamental. La destrucción tenía sentido; de otra manera no habría sido posible crear las redes de corrupción que han quedado expuestas, así como tampoco establecer los contubernios con el crimen organizado que hoy, irremediablemente, se tienen que perseguir y deshacer. Por ceguera no se prestó suficiente atención al hecho de que en los tiempos actuales resulta extremadamente difícil tapar el sol con un dedo.
Sin duda, la presidenta Sheinbaum tenía claro que resultaría insostenible continuar la misma ruta. Algo tendría que hacer diferente además de reconducir las políticas públicas, so pena de alcanzar pronto los límites de la sustentabilidad económica y de la autonomía política del estado. Pero el triunfo de Trump alteraría, seguramente también, el diagrama de la presidenta. Así, ha tenido que hacer un gran esfuerzo por darle gusto al ex presidente —sostener su narrativa, asumirse como continuadora de su obra— y hacerle sentir que éste es el séptimo de muchos años de su gobierno y, al mismo tiempo, trazar su propio camino en medio de sus convicciones y de las presiones de Donald Trump. Es posible que los cálculos de ella tampoco hayan sido lo profundos que la coyuntura exigía. Tal vez no pensó que el agua le llegaría al cuello o, por lo menos, no tan pronto.
De esa forma, habrá que reconocer que la presidenta ha transitado por el año con relativo éxito. Su popularidad es alta y los escándalos de corrupción de importantes figuras del partido en el poder —incluido el hijo del ex presidente, Andy— y la revelación de los aún no del todo descubiertos alcances del huachicol fiscal no la han alcanzado a ella, tampoco han puesto en entredicho su liderazgo, ni la han hecho tambalear en la presidencia. No obstante, queda mucho por andar, no sólo en términos de tiempo, sino en términos de la revisión del llamado primer piso. Las cosas podrían complicarse de manera que podría resultar muy difícil mantener el equilibrio. ¿Las presiones norteamericanas conducirán a la presidenta a tener que sacrificar figuras importantes del lopezobradorismo? Hacerlo podría convenirle tanto como perjudicarle. Estamos a dos años del proceso de revocación de mandato.
Más allá de los escándalos, el contexto económico y político tienen complicaciones propias que bien podrían agregar complejidad al desempeño presidencial el año próximo. En el primer semestre de este año, la economía se manejó al borde de la recesión, la inversión pública tuvo un descenso muy fuerte (20%), a la que le correspondió el deceso importante de la privada (5%); la economía formal se debilita y la informal se fortalece. El consumo tiende a debilitarse y hay señales de que la inflación podría crecer.
Por otra parte, dos reformas legislativas están pendientes y bien podrían incendiar a la población: las correspondientes a la ley de amparo y la electoral. Ambas tienden a reforzar el poder del estado sobre los ciudadanos. Son reformas que no están gustando a buena parte de los mexicanos y están generando debates serios en medios y redes, de manera que el control político podría ser retado por posibles movilizaciones ciudadanas.
Iniciamos el camino del segundo año.
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