Plano tangente
01/12/2025
TESOROS DE LAS PROFUNIDADES
«La sal cura las heridas que ha sufrido la ilusión, por eso el mar es el refugio de los tristes».
Fernando Delgadillo
La inflamación es la primera línea de defensa del organismo frente a toxinas, microbios, alérgenos y lesiones en los tejidos. Es un mecanismo complejo en el que participan células y moléculas que se activan casi en cualquier parte del cuerpo. En condiciones normales, este proceso es indispensable para controlar infecciones y reparar daños. Sin embargo, cuando la respuesta inflamatoria es excesiva o persistente, puede convertirse en un factor que favorece enfermedades crónicas; de ahí que existan terapias para su control.
Los tratamientos más comunes para controlar la inflamación son los antiinflamatorios no esteroideos y los esteroides. Los primeros actúan bloqueando las rutas bioquímicas que producen dolor y enrojecimiento, y suelen ser muy eficaces. No obstante, su uso prolongado puede provocar efectos adversos como irritación estomacal, úlceras y, en casos muy poco frecuentes, complicaciones cardiovasculares (de Anda-Jáuregui et al., 2018). Este límite terapéutico ha impulsado la búsqueda de alternativas más seguras, entre ellas compuestos naturales con propiedades antioxidantes y antiinflamatorias. En los últimos años, el océano ha sido una fuente inesperada que ha captado la atención de la ciencia.
Los organismos marinos viven en condiciones extremas: baja temperatura, alta presión, poca luz y gran competencia. Esta alta selectividad evolutiva ha moldeado su metabolismo hasta contar con moléculas únicas que no existen en los organismos terrestres. Algas, esponjas, ascidias, bacterias y erizos de mar producen péptidos y compuestos bioactivos con funciones defensivas muy especializadas, muchos de ellos con potencial terapéutico. De acuerdo con diversas revisiones, los péptidos derivados de especies marinas exhiben actividades antioxidantes, antimicrobianas y antiinflamatorias que los vuelven candidatos prometedores para el desarrollo de nuevos fármacos (Macedo et al., 2021).
De hecho, algunos ya llegaron a la práctica clínica. La Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos ha aprobado más de veinte péptidos como medicamentos, entre ellos uno derivado del caracol Conus magus, utilizado para tratar dolor intenso (Al Musaimi et al., 2023). Este precedente ha estimulado aún más el interés en los compuestos del mar.
Uno de los ejemplos más fascinantes es un pigmento natural presente en los erizos de mar, conocido como equinocromo A. Este compuesto, responsable de parte de la coloración característica de estos animales, ha mostrado una potente actividad antioxidante y antiinflamatoria. En Rusia es el componente principal de un medicamento empleado en el tratamiento de problemas cardiovasculares, particularmente en situaciones de isquemia, donde ayuda a proteger las células del corazón del daño por falta de oxígeno (Kim et al., 2021).
El equinocromo A destaca por su capacidad para neutralizar radicales libres, evitar la peroxidación de lípidos y modular señales celulares involucradas en la inflamación. Además, protege las mitocondrias (las "centrales energéticas" de la célula) durante eventos de estrés, lo que explica su efecto cardioprotector. Considerando que los erizos forman parte de la dieta en países como Japón, Corea, Francia y Chile, su importancia no es solo ecológica o culinaria, sino también biomédica.
Este compuesto pertenece a una familia mayor, las naftoquinonas, estudiadas por su versatilidad terapéutica. Investigaciones recientes han reportado actividades anticancerígenas, antimicrobianas y antiinflamatorias en varios derivados de esta familia, cuya eficacia puede potenciarse mediante modificaciones estructurales que mejoran su capacidad para inducir muerte celular en tumores o bloquear procesos inflamatorios (Leechaisit et al., 2023). Aunque algunas de estas investigaciones están en fase experimental, ilustran el enorme potencial que representan los compuestos del ambiente marino.
El océano es una fuente todavía subutilizada de productos naturales con valor comercial y biomédico. Su biodiversidad química, forjada durante millones de años, supera con creces la de los organismos terrestres. Aprovechar ese potencial requiere inversión en ciencia, políticas de conservación y estrategias que permitan explorar de manera sustentable los recursos marinos.
La biología marina ha sido, por desgracia, relegada a una profesión de escasa utilidad. En cierta medida porque no conviene a los intereses productivos de nuestra sociedad y por la falta de conciencia ecológica. Sin embargo, en un país con más de 11,000 kilómetros de litoral y uno de los mares más diversos del planeta, el potencial de los compuestos marinos no es una curiosidad científica, sino una oportunidad estratégica. Si México decide mirar hacia sus propios océanos con una visión de ciencia, innovación y conservación, podría transformar su biodiversidad marina en nuevos medicamentos, nutracéuticos y cadenas productivas de alto valor. La inflamación, el estrés oxidativo y las enfermedades crónicas seguirán marcando a nuestra población en las próximas décadas; las soluciones podrían estar esperando bajo las aguas del Golfo de California, el Pacífico Sur o el Caribe. Apostar por el aprovechamiento de los recursos marinos es una oportunidad de generar salud, desarrollo económico y conocimiento sobre los ecosistemas; la definición de sostenibilidad.
jorgequirozcasanova@gmail.com
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