¿Y de ahí?
04/06/2025
Melchor Ocampo, vigente; a 167 años
3 de junio de 1861: asesinan en Tepeji del Río, Hidalgo, al célebre liberal Melchor Ocampo, quien participó en la Guerra de Reforma e impulsó las Leyes de Reforma. Siendo él católico devoto, a grado que fue seminarista, promovió la separación de la Iglesia y el Estado, impulsando la modernización del país.
José Telésforo Juan Nepomuceno Melchor de la Santísima Trinidad Ocampo, oriundo de Michoacán, nació en 1814, tuvo una vida desahogada gracias a la herencia que recibió de Francisca Xaviera Tapia, quien lo adoptó. Poco se sabe de su primera infancia, pero después que su benefactora murió, Ocampo estudió Derecho en la Universidad de México, estudios que profundizó en Europa. Para conmemorar su muerte, más que repasar sus aportaciones a la nación que somos hoy, retomo fragmentos del discurso que pronunció el 16 de septiembre de 1858, en que reflexiona sobre la República:
"Notad, señores, que la intolerancia se va trasladando de la religión a la política. (...) Prueba que renace y se exacerba esta antigua y periódica enfermedad del espíritu humano, cuyo único remedio es la ilustración. (...) De bribones y pillos se tratan mutuamente los bandos contendientes, olvidando que en todas las comuniones, políticas o religiosas, puede haber buena fe y por lo mismo simple error, sin miras siniestras. Otra cosa es el cálculo sobre tales o cuales creencias o el aparentar que se tienen para explotarlas. Esto sí es punible.
"Nos han educado en la adoración del yo y héchonos creer que el yo es el todo y que el prójimo es el simple medio de alcanzar tal o cual satisfacción, tal o cual ventaja. Aún no aplica la humanidad para el uso de cada individuo, pero si siguiese el camino de los místicos: sálveme yo y el mundo quémese, llegaría a practicar el desahogo que la saciedad de todos los placeres y el desprecio a todas las personas, dio a Luis XV en la cínica, misantrópica y execrable exclamación de ¡Tras de mí el diluvio! La tendencia de tales doctrinas ha hecho que en México quiera resolverse este insoluble problema: Hacer que la administración pública ande con la misma regularidad que los astros, a condición de que yo (dice cada ciudadano o habitante) no contribuya en nada, ni con mi fortuna, ni con mi persona. Aún es peor: ha producido, que en el concepto de muchísimos el no interesarse en las cosas de la patria, y esto aun cuando vivan del tesoro público, se tenga por una especie de virtud... ¿Virtud el egoísmo?... Y hay gentes tan faltas de todo decoro, que se jactan de no pensar más que en ese yo, presentado así en su más asquerosa desnudez.
"Deseamos colonos y nos quejamos de falta de brazos. Somos pocos en efecto, comparados con un territorio fértil que puede mantener diez veces mayor número de habitantes. Pero el mal está principalmente en que no queremos trabajar. (...)
"Mientras, el número y calidad de los deudores se aumenta; los plazos se cumplen; los intereses se acumulan; el descrédito se afirma y perfecciona, faltándose a todas las obligaciones. Resulta, de aquí, injusticia para todos. El bueno y el mal servidor quedan confundidos en los mismos miserables prorrateos. (...) El tesoro, empeñado por anticipos ruinosos para hacer efectivo hoy lo que aún sin negociarse no alcanzaría mañana. Todas las industrias casi perseguidas a fuerza de ser gravadas; y nuestros nietos y bisnietos vendidos o empeñados por yo no sé cuántas generaciones para el pago de deudas que no han traído al país más que oprobio y baldón, miseria y ruina. Y cuando llegue a faltar del todo aún lo más indispensable para que ande la máquina administrativa ¿será posible conservar la nacionalidad? Enmendarnos o perecer civilmente.
"Es, pues, indispensable, si es que queremos conservar la patria, que entremos con paso firme en el camino de la justicia (...). Es ejecutivo, premente (urgente), que demos a nuestros hijos una buena educación civil, honrosas y productoras ocupaciones; que consideremos los destinos públicos como cargos de conciencia y de temporal desempeño y no como sinecuras y patrimonios explotables; que por estrictas economías y justas distribuciones gastemos menos de lo que ganamos para ir cubriendo nuestras deudas."
Cuánto se parece México hoy al de hace 167 años. Las observaciones de Melchor Ocampo siguen, todas, plenamente vigentes.
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